Las excesivas ilusiones

Uno nunca se ha hecho excesivas ilusiones cuando piensa en los desérticos espacios en blanco de lo que llaman misterios. Por ejemplo, todas esas niñas y niños desaparecidos en las Canarias, en el Algarve portugués, en Málaga, cuyos puertos ofrecen a veces un aspecto más siniestro que los de Odessa… En todos los lugares que rodean el negro culo de África. Se pone en marcha la imaginación y al momento aparecen conectados otros hechos: la emigración en pateras, otra emigración, pero al sur, de los pedófilos ingleses; el burdel de clausura de la abadesa Gadafi, el terrorismo fundamentalista, el suicidio de mujeres violadas y forzadas a casarse con su agresor en Marruecos, la pobreza creciente de una cultura que no permite trabajar ni independizarse a la mujer… ¡Cuántas explicaciones nacen de esta amalgamería! ¿O no?

Tampoco es que se quiebre uno de iluso cuando piensa en el interesado ataque a la ética y a la moral por parte del nihilismo pseudoprogresista o pseudotradicional, que todo en el nihilismo es falso, tanto como una izquierda diestra y una derecha zurda. Ningún problema se arregló del todo sin contar con todas las partes. Porque son las partes las que le faltan a estos que pretenden ser todo; no tienen partes para engendrar el futuro. No hay mejor poder que el compartido, y cuanto más compartido, mejor. Hay que decirlo así, aunque sea patatero y obsceno, porque lo patatero, como lo obsceno, nunca se dice y por eso se olvida. ¿Acaso no está olvidado? Porque se olvidó cuando los elegibles hicieron las leyes electorales en ese estúpido mamotreto llamado Constitución española. No voy a decir que mejor tirarla y no hacer otra, pero sí podíamos hacer como los suizos y privatizarlo todo, o como los suecos o los islandeses y socializarlo todo. A esos sí que les va bien.

Tampoco se muere uno de entusiasmo con las redes sociales. El librocaretos de Facebook, los sms y derivados, los móviles que dejan a la gente inmóvil, los chats escritos en neolítico dan la medida más gruesa de su contenido. Cierto: se sataniza Internet, nido de ladrones, pervertidos y piratas, porque se pretende primero controlarlo, luego parcelarlo y después venderlo, pero no se habla de sus contribuciones al bien, a la solidaridad, a la financiación de soluciones imaginativas, a la democracia y a aquello que los juristas denominan «voluntad general». Ni siquiera se menciona que los revolucionarios del 68, como querían cambiar el mundo y no los dejaban, crearon otro: Internet. No en vano un colgado revolucionario de aquellos tiempos, Steve Jobs, hizo posible lo imposible.

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