En el corazón de julio, leídos los periódicos de la mañana, saboreada la ensalada rápida de las ediciones digitales y batido los territorios preferidos por la red social, se me hace imposible acabar con el churro. Todo es una inmensa algarabía, un souflée agorero de vaticinios deprimentes, un airado grito virtual contra todo y contra todos. La misericordia del termómetro a esas horas de la mañana parecía blindarme contra el decaimiento.
El café espeso y fuerte, caliente y humeante, junto a mi saludable escepticismo eran el mejor parapeto contra las catastróficas portadas de los periódicos y la lamentable medianía de nuestra clase política. Soporté la embestida de los grandes alardes tipográficos y por enésima vez di un buen natural a la palabra intervención. La ruina inminente del país, el incalculable pecio de las autonomías como esqueletos recostados sobre el bajío, la escandalosa conducta de los bancos ( ¿pero es que alguien creyó alguna vez en una comportamiento decoroso en entidades cuya actividad se basa en la usura legal?), el ejército de paniaguados que se han multiplicado exponencialmente en los últimos años a costa del contribuyente, la indolencia de los ladrones de cuello duro y guante blanco… todo eso iba leyendo uno esta mañana de julio mientras iba dando cuenta de un vulgar desayuno de clase media sin que las alarmas mediáticas desmayaran mi apetito.
Pero fue entrar en el gran parlamento, en la gigantesca república popular de las redes sociales, cuando poco a poco el churro se me fue haciendo cada vez una empresa imposible de digerir. Es un detalle que vengo acumulando desde hace tiempo. La voz de la gran asamblea virtual siempre es acusativa, muy pocas veces reflexiva, de modo que siempre hay un blanco contra el que dirigir las iras del pueblo enredado. El gobierno, los partidos, los mercados, los sindicatos, el sistema, la banca, la democracia incompleta, los vividores de todo cuño… tienen la culpa de que pase lo que está pasando…
Nadie se detiene un momento a reflexionar con serenidad en qué medida ha contribuido a que pase lo que está pasando: si ocupa un puesto público sin más mérito que el dedo voluptuosamete lamido del empleador político, si con su voto aupó a mediocres e interesados, si evadió impuestos al sustraerse del IVA a la primera ocasión, si calló cuando el estado del bienestar se interpretó como el estado del malgastar, si acabó abducido por la comodidad de la regalía pública y se amarró a los derechos aflojando el cabo de los deberes, si fue al banco a pedir dinero con un empleo evanescente y salió con una buena propina… No. Siempre es otro u otros quienes tienen la culpa de que pase lo que está pasando.
Puede que sea cierto, pero echo de menos esa autocrítica anónima, reflexiva y personal que nos plante ante nuestra parte alícuota. Al fin y al cabo, el egoísmo personal y colectivo, de una u otra forma, subyace en la contestación. Yo no voy a las manifestaciones porque me siento culpable de aplaudir cuando debí silbar. Detrás de los buenos argumentos, y los hay, abunda una pegajosa materialidad egoísta. Si hay que buscar responsables hagamos una lista al gusto de cada cual. Sólo tendrá validez si en último lugar aparece el nombre del autor. Yo lo he hecho.