Si algo bueno tiene esta depresión del sistema socioeconómico, que no es otra cosa que una profunda crisis de valores, es que lleva implícita cierta recuperación de la épica, cierta reivindicación de una pureza democrática insólita desde la Transición.
Malos tiempos para la crítica, aunque pintiparados para la epopeya. Canta, oh musa, la cólera de Aquiles. Es curioso. Lo que en nuestra vida diaria es mediocridad y envilecimiento, se torna noble y trascendente en la protesta y en la rebeldía.
Quién les iba a decir a mis paisanos de cierto lugar de La Mancha que iban a colmar dos manifestaciones seguidas, secundadas ambas por más de 8.000 almas. Quién les iba a decir que un ciudadano de 56 años se declararía en huelga de hambre para conseguir trabajo, y que iba a ser aplaudido en la plaza por más de 200 personas. Quién les iba a decir que burguesía y proletariado (médicos, maestros, funcionarios, mineros, amas de casa, tenderos o abogados) tomarían juntos las calles para clamar por su futuro. Allons enfants de la Patrie. Marchemos, hijos de la Patria, que ha llegado el día de la gloria.
Las calles están tomando un aura peligrosa y sobrenatural. El hombre frente a su destino. Caballeros de la pureza. Eremitas de la esperanza. Luchadores del caos. El mundo se desmorona y hay quien afronta el desastre como los antiguos príncipes del estoicismo. Como los patricios romanos que apuraban la cicuta o se cortaban las venas, muriendo y recitando a Ovidio. Sonriendo a la sangre. Despreciando la sentencia de muerte del emperador.
Al margen del aprovechamiento político e ideológico del movimiento ciudadano, al margen del miedo o del desprecio que por él siente una élite indolente que sigue representando su papel en un teatro en llamas… Al margen de todo, lo innegable es que la calle se ha convertido en la conciencia (¿en la mala conciencia?) de nuestros gestores, que no debieran deslegitimar tan alegremente la voz del ciudadano.
No todos somos culpables, grita el ciudadano en el fragor de su batalla. Para pedir sacrificios hay que predicar con el ejemplo, y acabar con la impunidad en la negligencia, y con los privilegios injustificados, y con los ridículos y vacuos perifollos, y con las mojigangas para la galería.
Donde sobra la lírica es en la política. Si a la política le sobra lírica y le falta ética, las calles, ayunas de crítica, son arrastradas a la épica. La épica como síntoma de error crítico. El chute de épica como catarsis sistémica: cuéntame, oh musa, la historia del hombre de muchos senderos…
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