Cualquiera que domine, más o menos, la historia de la provincia de Ciudad Real, sabe que la prensa de los pueblos ha marcado, desde que se iniciara el Boletín Oficial en 1833, hitos importantes en la cultura y en el quehacer político. En el siglo XX, por no remontarnos al XIX, más allá de “Pueblo Manchego”, “Vida Manchega” y “Lanza”, los tres clásicos, hay un panorama rico de periódicos y revistas provinciales del que cualquiera puede informarse en los libros de Isidro Sánchez y en monografías más detalladas, como una sobre la prensa de Puertollano escrita por un antiguo colaborador de Lanza.
La hornada de nuevos historiadores, nacida al abrigo de la autonomía, que van desde Manuela Asensio a María Jesús Moreno Beteta, Isidro Sánchez, Antonio Bermúdez, Francisco Alía y Francisco Asensio, sabe que sin la prensa editada en los pueblos nunca se podría haber hecho los estudios sobre la provincia que ellos han realizado. El mismo José María Barreda no podría haber escrito su tesis sobre el caciquismo si no hubiera tenido a mano un periódico de Daimiel. Alía ha puesto de relieve la importancia de la prensa almagreña.
La situación en nuestros días no es diferente. Más allá de Lanza y La Tribuna; más allá de la Ser y la Cope, hay en los pueblos un hervidero de medios informativos que tienen una importancia real. Aunque los que trabajan y viven en la capital, tal vez miren a esos medios y a quienes los realizan por encima del hombro, es posible que rebajaran los humos si se percataran de que los medios capitalinos juegan con sus ruedas de prensa y sus comunicados, maquillados apenas, el mismo papel que los medios locales con respecto a sus ayuntamientos, equipos de fútbol y asociaciones culturales.
En cuanto a la calidad de los informadores de pueblo – la denominación no tiene nada de despectivo- cabe recordar que muchos se han formado a sí mismos en una brega diaria de muchos años de trabajo, y que aunque, en algunos casos, no hayan pasado por la universidad, tienen una calidad contrastada, tanto que sus informaciones pasan a los periódicos y emisoras provinciales sin tocarles una coma.
Los ciudadanos en general y los profesionales del periodismo en particular saben que esto es cierto, por eso les admiran y quieren; los unos porque les han visto crecer en su propio pueblo y se sienten orgullosos de ellos, y los otros porque, si por ellos fuera, en muchos casos borrarían los límites que pone de por medio un título universitario.
Pero en este capítulo, como en otros, hay políticos que no sintonizan con la sociedad en la que viven y cierran, de la noche a la mañana, medios de comunicación públicos que tienen décadas de vida. Juzgan con, o no ven más allá de las propias narices (lumine nasi, que decían los escolásticos), de ahí las alcaldadas -acción imprudente o inconsiderada que ejecuta un alcalde abusando de la autoridad que ejerce- o las “concejaladas”, que sería todavía un abuso mayor.
Es posible que pasado mañana, un empresario privado tome el relevo en el suministro de la información que vaya a tener el pueblo afectado; pero si tenemos en cuenta que el periodismo crítico murió en Ciudad Real el día en que empezaron a instalarse televisiones privadas de la mano de constructores, con la complicidad de algunos políticos, calcadas de las que había en Valencia y varias poblaciones del Levante, que arrastraron tras de sí a los medios tradicionales, malos momentos nos esperan.
La historia, sin embargo, dice que los pueblos son más fuertes que sus dirigentes. Tal vez, cerrada la emisora, surja un nuevo “Cauterio social” en Manzanares o un nuevo “El Obrero de Tomelloso”. Fueron periódicos fuertemente críticos, hechos con sudor y lágrimas. Pero surjan o no, nadie en la provincia puede quedar indiferente ante lo que ha sucedido en Manzanares. Nos afecta a todos, periodistas, historiadores y ciudadanos en general.
Nota. De ahorro, poco. Varios trabajadores de la emisora tienen contrato laboral y tendrán que darles otro empleo.