Hay un tufillo de enfurecimiento en la sociedad que debiera alertar a la clase política. El pueblo está mohíno. Al pueblo se le antoja que curanderos chapuceros le hurgan en el mondongo; y el pueblo, aun consciente de que hay que mudar de alforjas, sospecha que le están buscando las cosquillas hasta en esas partes que el decoro gusta de ocultar.
Atravesamos una crisis de valores e identidad sin parangón en la historia democrática española. La sociedad globalizada, la era de la comunicación. Palabras hueras. Jamás ha habido tanto aislamiento. La red social se ha deshabilitado. Hay un fallo de conexión. No hay cobertura. Los políticos siguen representando adustamente su papel en un teatro en llamas, ajenos al pánico de la platea, abandonados a sus ensoñaciones escénicas, e ignorantes, en apariencia, de que su gran problema es la falta de credibilidad y la ausencia de referentes.
Sus denuncias se convierten en ridículos y vacuos perifollos. Quien grita ¡asaltad las murallas! es siempre el mismo que está detrás de la jodida roca enorme, enfundado en una armadura de titanio. Quien exclama ¡renovémonos! es precisamente el culpable del desencanto: sibilino afán lampedusiano de cambiarlo todo para que todo siga igual.
Hay hartazgo de mojigangas para la galería. Los hay que culpan al recién llegado Gobierno de los males provocados precisamente por la caótica política aplicada por ellos mismos, mientras el Gobierno clama por la cárcel para los malos gestores del pasado, pero sin la valentía para acometer las reformas jurídicas necesarias y para reconocer que la impunidad en la negligencia es uno de los grandes males de España.
La política está sujeta a continua mudanza. En un intercambio de papeles que flirtea con la comedia del absurdo, la izquierda critica la subida de impuestos defendida por la derecha. Las estadísticas que ayer eran desastrosas hoy son esperanzadoras. Quienes ocultaron durante años andanzas “no ejemplares” reivindican ahora justicia por igual para todos. Cementerios nucleares que ayer ponían los pelos de punta son hoy promesa de progreso.
Los límites se difuminan en un modelo económico marcado por un capitalismo desorientado, y ya se sabe que el capitalismo desesperado es capaz de todo. Y es entonces cuando el pueblo no entiende, o entiende demasiado bien, por qué se recortan las prestaciones sanitarias y educativas bajo la enseña del bienestar; y es entonces cuando el pueblo no entiende, o entiende demasiado bien, por qué sube la Bolsa cada vez que se anuncia una merma de derechos ciudadanos.
Y en esas estamos. La puerta de 2012 es un arco tenebroso a través del cual sólo se ve una llanura cenicienta y desolada. El cielo de cobalto relampaguea sordamente. Comprobemos si aquí hay cobertura: ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Twitter: @santosgmonroy
http://santosgmonroy.blogspot.com