Qué gran virtud y privilegio es el poder comunicar las ideas, las inquietudes, la felicidad, la tristeza, la angustia, la necesidad y un sin fin de sentimientos ya sea utilizando la palabra, la gesticulación o, por qué no, una simple mirada.
Vivimos una situación que han bautizado como crisis económica, donde la verdadera raíz de tal crisis reside, paradójicamente, en las actuaciones de los que más tienen. Sin embargo, aun lanzando el mensaje subliminal de la potencialidad de la misma, que fácil va a ser acabar con ella, puesto que el camino elegido por nuestras administraciones es el de siempre, “que la paguen los inocentes”, e incluso adoptando, por algunos, el término valentía para dichas decisiones, cuando no hay camino mas fácil y cobarde que el ahogar, aun más si cabe, a los más vulnerables.
La verdadera y preocupante crisis, por desgracia no tan fácil de solucionar, reside en nosotros mismos, donde la pasividad y la conformidad es un cáncer que nos llevan inyectando durante décadas de manera muy programada y calculada, cuyo único fin es mantener a la sociedad en un letargo permanente.
Es muy triste el ver como tu voz no es escuchada, por muy veraz y fuerte que suene. Es muy triste mirar a tu alrededor en el campo de batalla y ver la soledad en lugar de un batallón fuerte y unido, a la vez que tu oponente, aun en minoría, sabe sacar gran partido de todos sus movimientos. Es muy triste que tu voz sea un ensordecedor silencio y que solo sirva para la burla de esos pocos que se enriquecen a costa de los mismos que deberían estar a tu lado.
Durante toda nuestra existencia hemos presumido de la humanidad que reside en las personas y de ser una sociedad civilizada, cualidades que hemos puesto por delante para diferenciarnos, entre otros, del reino animal. Esta situación durante mucho tiempo ha sido real, incluso, sin ir más lejos, nuestros padres y abuelos pusieron todo su esfuerzo, corazón y lucha para que hoy tengamos lo que ellos nunca tuvieron y que tanto trabajo les costó conseguir.
Pero, a día de hoy, esto es una simple y triste utopía, donde el que denominamos reino salvaje tiene más humanidad que la raza humana, donde, por ejemplo, podemos ver como una manada de elefantes son prácticamente infranqueables gracias a su unión y fuerza, donde la matriarca de la misma vela por los intereses de todos sus miembros no dejando nunca en el camino a nadie, sean más fuertes, más vulnerables, más grandes o más pequeños, todos son iguales no hay diferencias, incluso recogiendo por el camino a otros que se han quedado solos y vulnerables ante la vida.
Es bonito, a la vez que lamentable, ver como la voz de un elefante, al cual denominamos animal salvaje, tiene más audiencia que cualquier voz de las que denominamos civilizadas, pero lo realmente grave es la hipocresía de calificar a los demás sin habernos mirado antes en el espejo de la vida, que, en algunos casos, solo nos mostrará el vil y cruel reflejo de lo que realmente, con nuestros actos, estamos demostrando ser.