Aquellos días pretéritos en los que demasía y barrumbada conjugaban en público incesto; aquellos días perfectos, de confianza y sosiego, cópula del bienestar a la sintaxis del crecimiento; aquellos días de gerundio, en los que la palabra se subordinaba a un monótono diptongo político; aquellos días indicativos de translucidez: de intereses yuxtapuestos, de condicionales concesiones y de adhesiones subvencionadas; aquellos días de progreso como redención social, de sangría a la bonanza; aquellos días en los que la lengua licenciaba sin dejar bonete al verbo; aquellos días de sesgo imperativo, de desvirgo y loores en cinta y tijera – derecho de pernada ejercido con vocación de servicio público-; aquellos días… ay, pasado simple son; y hete aquí un hiato que nos retiene en el limbo económico, con el anhelo del pretérito anterior e, infinito o infinitivo, con la duda sobre su ser.
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Taimados hombres de lunas, de cuartos crecientes y honra menguante, prometieron el carro de Helios y nos sumieron, a galope, en las tinieblas. Hemos perdido el miedo a volar, decía uno de los fundadores del socialismo feudal. Hemos perdido el miedo a arriesgar… y como salacadula chalchicomula bíbidi bábidi bu, las avutardas mudaron estepa por despacho y, de tanto colocarse entre nubes y fraternos, confundieron lo público y lo privado.
La ministra de la industria cultural inauguró en Ciudad Real una biblioteca de dimensiones alejandrinas y, en menos de un giro de linterna, entortamos el faro del saber a punzadas de bizqueo presupuestario. El edil que elevara el etilismo a la categoría de tradición, embriagado de lucidez, bautizó una playa aneja a un cenagal medio lustro antes de la primera ola. Un seis de junio, el alcalde desesperado rendía pleitesía al despilfarro. Aquel virtuoso del descalabro sepultó un dragón fétido bajo escombros para coronarlo con un carrusel: todo un caso de polivalente desmaño. El embrión del Teatro Auditorio hiberna en la capital; espera un giro bautismal que ponga fin a una centrifugada gestación en rotonda.
De la luz de aquellos días sólo queda una mortecina penumbra que languidece a cuchilladas y recortes. Ya lo puso de manifiesto la presidenta Cospedal estrenando cargo, de luto, en un tórrido Corpus Christi; premonitoria falta de fe en la resurrección. Mas, entre los rescoldos del desaseo, crepita un torcido margen para la esperanza. Encontramos, sin embargo, la cara en Lacruz, quien recientemente bendecía – que no estrenaba – un flamante velatorio en Villamanrique. Circunloquios aparte, coincidiremos en que tales infraestructuras -y no aeropuertos, autovías, escuelas u hospitales- son más acordes a las capacidades de nuestros estadistas provincianos, así como a los tiempos que nos ha tocado vivir; herencia de aquellos pluscuamperfectos.
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