La realidad de una transición no acabada ha tomado forma durante años y ha cristalizado en el desencanto de gran parte de los ciudadanos españoles. Hoy, miles de ciudadanos, incluso personas afiliadas a partidos políticos, consideramos que las macroestructuras partidistas son entes inamovibles que definen nuestro futuro con mayor influencia que las propias elecciones.
En mi opinión existe una dualidad que configura por encima de ninguna otra la naturaleza de nuestra democracia: la unión entre partidos políticos y medios de comunicación.
En primer lugar, en España uno no sabe muy bien ni a quién vota. De los cinco estamentos públicos que poseen poder sobre nosotros (niveles europeo, estatal, regional, provincial y municipal) ¿Quién conoce el nombre de los parlamentarios europeos a los que votó o, incluso, de los congresistas y senadores de su provincia? En cuanto a los miembros de las diputaciones, que son elegidos de manera indirecta a través de los concejales electos en cada partido judicial, son otro granito más a añadir al poder directo de los partidos.
En cualquier caso, que no se preocupe nadie: poco importa que sepa usted el nombre de los concejales o de los diputados a los que votó, ya que estos, salvo si pertenecen al PNV, estarán obligados a votar lo que su partido les marque. La primera pregunta que debemos hacernos entonces es ¿quién toma las decisiones, el cargo público o el dirigente del partido?
Además se provoca una consecuencia nefasta en esta distribución del poder y es que el cargo público pierde toda la credibilidad. En EEUU, modelo de tantas ideas buenas como malas, los políticos definen sus principios desde el comienzo de su carrera política y nadie se escandaliza si votan en dirección opuesta a las directrices del partido, si es porque su voto responde a sus ideales. De esta forma no son los partidos políticos los que poseen opiniones o ideales monlíticas, son las personas, los cargos públicos electos, los que poseen principios que se concretan en ideas políticas tangibles.
En segundo lugar, las macroestructuras de los partidos llevan adosadas una enorme maquinaria mediática tras de sí, pública y privada, que les permite definir los temas de los que se habla, las posturas a repartir sobre un tema por tertulias a nivel nacional o el mensaje a repetir hasta la saciedad. Más allá de lo extraño que resulta oír una y otra vez los mismos mensajes políticos desde la cabeza de un partido político hasta a sus socios (¿es que todos están de acuerdo siempre?), me gustaría incidir en el tema de la credibilidad. Si un presentador o un contertulio critica siempre al mismo partido, sus argumentos me los puedo creer 2 o 3 veces, pero a partir de ahí sabré que su información está sesgada y que su intención no es informarme.
Todo esto me lleva a una conclusión muy gráfica para describir la situación: hablamos de política de la misma forma que hablamos de fútbol. El otro equipo siempre ha jugado peor, el árbitro siempre ha pitado en nuestra contra y los argumentos se reducen a cuatro voces ininteligibles. Eso está bien para el fútbol, pero creo que en la política nos jugamos mucho más.