Me refiero, claro, a los compañeros y compañeras que estáis ocupando todas esas calles y plazas a lo largo de nuestro país, y en muchos otros sitios del planeta, expresando vuestra indignación y vuestro rechazo a la situación actual del mundo; indignación y rechazo que son también los nuestros, los de la mayoría de ciudadanos y ciudadanas que no entendemos cómo esos pocos, los que configuran las élites económico-financieras y las cúpulas políticas a nivel mundial, pueden haber llegado a imponerse de una forma tan brutal sobre la inmensa mayoría de una población que cada vez encuentra más pisoteada su dignidad y más limitadas sus condiciones para una vida que pueda merecer el calificativo de humana.
Estáis, estamos, pasando ya de la indignación espontánea y visceral –tan justa y necesaria, por otro lado- a la organización racional y consciente; avanzando desde las protestas a las propuestas. Y las que ya se han hecho, y se siguen formulando en las asambleas de estos días, son bien razonables y sensatas. Hay quien, por demasiado sensatas, las tacha de “reformistas”. Y habrá que tener cuidado para que estas diferencias de visión, centradas en las clásicas alternativas entre “reformismo” y “radicalismo”, o en la distinta velocidad que, según unos u otros, debería imprimir al proceso de cambio, no destruya la imprescindible unidad del movimiento 15-M. Puesto que lo proclamamos, debemos entender de verdad que la diferencia es riqueza y no limitación. En el horizonte de la utopía supongo que todos tenemos la idea de un mundo distinto, ya soñado y peleado por muchos antes que nosotros; un mundo en el que los intereses de unos pocos no prevalezcan sobre una mayoría olvidada y excluída, y donde las relaciones entre los seres humanos, entre los pueblos, se basen en la fraternidad, la cooperación, la solidaridad y el respeto. Sin embargo, como no creo que nadie pueda imaginar un horizonte así para mañana por la mañana teniendo en cuenta que la historia de la humanidad siempre se ha desarrollado sobre un escenario de lucha y opresión, de dominadores y dominados, de vencedores y vencidos, habrá que tener en cuenta la necesidad, sí, de una utopía que marque nuestro rumbo, pero también de una estrategia inteligente y realista que nos permita ir dirigiéndonos hacia ella con pasos cortos, con los necesarios descansos a lo largo del camino, incluso con algún que otro rodeo cuando no haya más remedio…
En los cambios que pedimos y que estamos dispuestos a poner en marcha, hay uno muy importante, sin el cual todo lo demás cojea: es el cambio en nosotros mismos, el cambio personal de cada uno, de cada una, hacia dentro de su propia piel. Si ese no se va construyendo los cambios externos serán pura tramoya. Y lo primero tal vez sea empeñarse en dar el salto desde la condición de objeto a la de sujeto; es decir, dejar de ser “algo”, manipulado y configurado por otros, para empezar a ser “alguien”, con capacidad de ver, entender, decidir. Y ello a pesar de que ese esfuerzo por ser “alguien” resulte en ocasiones más trabajoso, incómodo y comprometido que el de mantenerse simplemente siendo “algo”. El sistema dominante, al que nos oponemos, ha conseguido que la mayoría de la gente se conforme con ser “algo”, reduciéndonos a la categoría de robots o máquinas tontas dedicadas a producir y consumir sin tino. Nos toca, pues, ahora, intentar ser “alguien”. Pero, ¡ojo!, habrá que tener cuidado para no seguir confundiendo esa transformación, ese crecimiento personal, con los posicionamientos individualistas a los que también el sistema –y este es otro de sus grandes éxitos- nos ha abocado. El mito americano del self-made man, el hombre-competidor hecho a sí mismo que se forja un brillante porvenir a base de luchar contra otros -y vencerlos en muchos casos, aún a costa de emplear los recursos más innobles- dentro de esa gran selva de las oportunidades que es el mundo capitalista, no nos atrae lo más mínimo. Tenemos, además, el convencimiento de que ese self-made man no suele ser un happy man, pues su alto status ha sido conquistado, a menudo, destruyendo demasiadas cosas, haciendo –y haciéndose- demasiado daño.
Se trata, por ello, de sustituir el “yo” por el “nosotros”, “lo mío” por “lo nuestro”. Y esa intención, en la que habrá que poner en juego grandes dosis de generosidad y de paciencia, debe estar presente en las estrategias asamblearias de estos días. Será preferible, creo yo, renunciar en parte a que las cosas se hagan como uno piensa y desea antes que perder la necesaria unidad y dejar que la gente se vaya descolgando en las distintas etapas de un camino que, seguramente, será largo y no exento de dificultades. No se trata (¡otra vez no!) de “vencer”, sino, sobre todo, de “convencer”. Ojalá fuéramos capaces de hacer comprensible y deseable –también para los que están instalados en el “yo” y en el “para mí” excluyentes, ¡pobres de ellos!- esa idea de que es infinitamente mejor el “nosotros” incluyente; ese que defiende una vida digna e inteligente para todos: los que estamos ahora y los que vendrán después, los seres vivos en su conjunto.., y la tierra y el medio que constituye el soporte de esa vida.
Creo, de verdad, que merecerá la pena luchar por ello. Paso a paso, permitiendo que cada cual siga su ritmo, esperándonos y apoyándonos unos a otros. Y sin desesperarnos cuando veamos que el horizonte, la utopía, aún está lejos; que no hemos hecho más que recorrer una etapa, hacer avanzar otro trecho el testigo que nos ha sido entregado. Pero habremos cumplido con lo que nos toca, sentiremos que nuestra vida tiene una justificación y un sentido… Y podremos mirar a nuestros hijos y nietos a los ojos, sin que se nos caiga la cara de vergüenza.
Gracias por vuestra valentía, por vuestra decencia… Y dejadme soñar con todos vosotros, con vosotras, por las plazas y las calles del mundo.