María, Rodrigo, Natalia… decenas de anónimos; cientos de curiosos, indignados, convencidos, suspicaces, ilusionados, embriagados, abochornados, decididos, comprometidos, ciberadheridos, hacendosos, críticos, ideólogos o implicados. Miles de sueños, propuestas, proyectos, ideas, soluciones y reproches y un denominador común: el deseo de despegar de la piel el miedo a la libertad.
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Más allá de alguna barrabasada verbal, desde el chapuzón inicial de ciudadanía, fechado el 18 de mayo de 2011, y bajo el aguacero de contradictorias, ambiciosas y legítimas pretensiones, por momentos pretenciosas, quedó claro que habría que recurrir a la destreza de los malabares para conjugarlas todas.
Cuando la dialéctica de la ira, pastosa y agria, parecía imponerse, sucumbió por arte de magia ante la devastadora autoridad de la concordia: Aquí todos tenemos lo mismo – dijo alguien señalándose el corazón en el ágora de la Plaza Mayor de Ciudad Real – y es lo que tenemos que unir. Y luego iremos viendo cómo unimos esto – apuntándose a la sien.
La sabiduría del sentido común es sosegada y amable; no se imparte en las facultades porque sólo es evaluable diseccionando las entrañas y, desgraciadamente, los bisturís de la universidad siempre apuntan a los apéndices del bolsillo. Sin embargo, ésta y el equilibrio, como en el oficio circense, son condición necesaria en la cátedra de la calle; de ahí que tal lección magistral de lucidez proviniera de un ingeniero de la alegría.
Los gorriones nos sumamos a una revolución de sonrisas: rebeldía y felicidad.