La subasta electoral

Manuel ValeroLa subasta electoral que arrecia cuando las urnas asoman en el horizonte es inversamente proporcional a los efectos que se pretenden. La madurez de una sociedad que ya luce el músculo de 30 años votando ha ido modelando ciudadanos más escépticos e informados. La pérdida de la inocencia del electorado contrasta con la supervivencia de la inútil teatralidad de nuestros candidatos. El elector evoluciona; el político se estanca. No de otra manera se explica que llegado el carnaval de la campaña el desfile en actos oficiales, la liturgia de las primeras piedras, las inauguraciones bajo el palio del autobombo, las decisiones de última hora, las ocurrencias impactantes, la actividad pública concebida como un gran cebo sigan siendo un tics inalterado. Cualquier escusa vale para vocear las virtudes propias.

Cómo será la cosa que hasta la Ley Electoral ha tenido que poner coto a tanta función de sesión continua y decretar el apagón del desfile a partir del 28 de marzo. La vanidad del candidato/a sólo es comparable con la capacidad de puja en la subasta electoral. Dadme el voto y os daré trabajo; dadme vuestra confianza y os traeré el agua; permitid que os siga gobernando y no quedará un solo niño sin su piruleta; confiad en mi y podréis tocar la felicidad. De lo que se deduce que si el favor de la papeleta se la lleva el contrario (o la contraria), nada de lo que promete el agraviado, ocurrirá. Pero milagrosamente todos los candidatos/as ofrecen lo mismo: salud, dinero y amor en cómodos plazos cuatrienales, empezando por ellos mismos con alguna alteración en el orden de los factores, que siempre suele apuntar al segundo La condena bíblica del trabajo para todos es el producto estrella que más fuerte se grita en el zoco; junto al discreto colocamiento de los propios que se susurra luego en los despachos.

De toda esta pasarela de generosidad sin límite sobresale la infausta manía del puedo prometer y prometo trasmutado en el aserto más técnico del puedo proyectar y proyecto y en el mas comercial, puedo ofertar y oferto. A los candidatos/as no les entra en la mollera que los electores ya no votan hipnotizados por propuestas rutilantes, ni promesas recurrentes, no votan por lo que se hará sino por lo que se ha hecho, prueba irrefutable del valor de la palabra dada. No se ganan elecciones con proyectos que luego carga el diablo o con inauguraciones por entregas como Torrente.

En vísperas de urnas la hoja de servicio real entra en sordina cuando la comparamos con la hoja de previsiones imaginarias. Qué dijo usted que haría hace cuatro años y qué es lo que realmente ha hecho, ésa es la pauta de conducta electoral después de tres décadas de elecciones. Y sin embargo, permanece inamovible el uso y costumbre de prometer el oro y sacudir al moro (ahora sí) como si los ciudadanos fueran el público estúpido de una barraca de feria que queda hipnotizado al primer chasquido de la mano. Todo lo que al principio de los tiempos democráticos valía a los prestidigitadores hoy no vale. O vale mucho menos. Desconfíen de las subastas electorales, del vocerío prometedor. Simplemente pónganse las gafas de examinar, analicen el mandato y puntúen el trabajo realizado durante el curso 2007-2011, incluidos los largos períodos vacacionales de variable denominación de origen, según venga el aire. Los ciudadanos sólo mandamos un día pero mandamos mucho, y aún más cuanto menos dependamos de encantadores de serpientes.

Relacionados

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img