La otra tarde escuché a Santiago Carrillo decir en La Ventana de la SER que la perspectiva de que gane el PP en mayo y las generales es “para echarse a temblar”. Y ya está. Pues bien, es esa manera de entender la democracia casi 40 años después de su regreso a este atípico país lo que hace que no progresemos y que por mucho que se arregle la fachada, en muchas cosas, Europa seguirá acabando tristemente en los Pirineos. Es esa concepción apocalíptica de las elecciones, es esa inercia antañona de la patrimonialización moral lo que hace singular a esta España tan plural y tan poco original. Si gana el PP, “a temblar..”. Se olvida Carrillo que el PP ya ha tenido experiencia de gobierno en España, que gobierna varias CCAA y centenares de ayuntamientos y algunas diputaciones, sin que se tenga noticia de un tembleque permanente de los ciudadanos sojuzgados por tan injusta tiranía. Cuando se metió en el berenjenal de la Guerra de Irak, simplemente el PP se pasó por la taquilla ciudadana y pagó.
Lo que quiero decir es que me irrita profundamente que casi 40 años después, esa concepción maniquea se mantenga incólume. El PP es un partido tan digno y democrático, como el PSOE, IU, UPYD y cuantos, atendiendo a su derecho constitucional de ser elegibles cumpliendo la ley, se presenten a las elecciones. Ni un milímetro supera el PSOE en legitimidad y buenas intenciones al PP, como tampoco éste es mejor que el partido de Cayo Lara, ni IU tiene más marchamo en este contexto que UPyD, aunque acumule más historia. Diferentes, en fin, en ideario pero idénticamente iguales en calidad democrática. Recuerdo cuando nuestro inefable Pedro Almodóvar, el segundo gran inefable de esta región después del padre de todos los inefables, José Bono, acusó ante los periodistas del mundo al PP de urdir un golpe de estado tras los brutales atentados del 11-M. Metiendo el dedo en el ojo del caído, (porque el PP perdió las elecciones del 14.M), pretendió la humillación de los populares cuando lo que presentaba de bananero ante los flashes del mundo era a su propio país. O sea, a él mismo: de lo inefable a lo infando hay un pelo. Pero los años pasan y los tics parecen perpetuarse para perjuicio de las futuras generaciones. ¿Enseñamos cultura democrática de discrepancia, respeto, argumento, sin miedo ni complejos a nuestros hijos? Meter miedo hoy al ciudadano como elemento disuasorio para que no vote al partido adversario es tan inmaduro democráticamente que parece mentira que tal apreciación venga de don Santiago, aunque tal vez por eso. Todos lo partidos, de la A a la Z, excepto los que van de la mano del Primo de Zumopistolón, sin milimétricamente idénticos en validez, calidad y legitimidad moral. Si el PP gana las elecciones y entra a saco a apropiarse indebidamente de la saca pública o inicia una regresión a la caverna, o pone a un poli en cada esquina o un cilicio en cada aula para que temblemos como Dios manda, tendremos la oportunidad, trémulos y asustadizos, de mandarlos a su casa o a la oposición a la primera ocasión cuatrienal que se ponga a mano… pero aguardemos al manos a que llegue la ocasión, si llega, sin que nos tiemble el pulso. Hay quienes de repente han caído en la cuenta de que la interinidad en democracia existe, es real, aunque se hayan aprobado los cursos anteriores y ese progresa adecuadamente haya generado un acomodo de eternidad. Quizá sea a ese temblor al que alude Carrillo.