Llevo a las espaldas, como periodista, unas cuantas elecciones vividas, contadas, cubiertas y observadas, y otras tantas campañas electorales. Fuera de la emoción de los resultados y de la pasión de asistir al momento inefable en que la soberanía popular se hace inapelable de palabra y números, y a excepción de las elecciones de 2004 en que los españoles votamos en estado de choque, no recuerdo una pre-precampaña tan desafecta, hiriente, malintencionada, fea, espesa, antipática y personal como ésta que todavía no ha empezado pero cuyo ambiente hace tiempo que se ha tornado irrespirable.
Lo que entonces era un fair-play en el que descubrimos que la alternancia era el veredicto de los electores, hoy se ha convertido en una odiosa lucha visceral que ha trastocado la normal discrepancia y legítima lucha por ganarse los votos ciudadanos, en una áspera pelea, golpe contra golpe, aliento contra aliento, con el fin de destruir al enemigo.
La imagen, tan habitual entonces, de contrarios relajándose en un bar después de una sesión plenaria es hoy impensable. Desde el municipio a la región, la contienda se ha convertido en guerra. No está claro quien vive un mayor grado de tragedia: si quien puede perder el poder después de años de ejercerlo o quien puede conquistarlo después de años de intentarlo, pero lo que debería ser una costumbre y una alternancia de rutina ha devenido en un duelo al amanecer, o al mediodía. Y a muerte política, si es menester.
La pastosa e incómoda bipolarización electoral entre los principales partidos ofrece además una imagen distorsionada de la realidad. Pero aún queda tiempo para rectificar. O quizá no, porque la inercia desatada, como la caja de Pandora, sea ya imposible de gobernar.
Pero lo que desearíamos como ciudadanos es que los partidos en guerra, perdón quise decir en liza, expliquen sus alternativas, recuerden el trabajo hecho, en el gobierno o en la oposición, y retiren el pie del acelerador de la vendetta personal. En mayo no asistimos a ninguna tragedia sino a unas vulgares elecciones. Si los estrategas de los partidos no lo remedian, me temo que vamos a asistir a una orgía de palos y golpes bajos, de modo que a medida que avancen los días hasta el día D veremos qué aspirante llega menos tullido a bocaurna hasta que el veredicto democrático le dé la boleta de gracia o lo unja con el placet popular.
La lucha declarativa diaria es un compendio de malababa que ratifica el mal lugar en que los ciudadanos han colocado a la clase política, además de otras cuestiones que sitúan la actividad política como un modus vivendi. La noche del recuento será un verdadero laboratorio para saber de qué parte han estado, y por cual de los púgiles han apostado. O a lo mejor pasa por allí el utillero y lo coronan como a Claudio. Que todo puede ser. Consolémonos con el efecto curativo y sedante que siempre tiene el tiempo postelectoral, cuando toda la madera ha ardido en la pira de la contienda. Cuando uno era quinceañero siempre miraba a Europa como ese mundo inasible que nos llevaba 50 años de ventaja. Hoy en el año 2011, también. Llegando tiempo de elecciones, ellos, los europeos, simplemente no se odian.