El Día Mundial de los Humedales, como es sabido, conmemora el acuerdo internacional que se tomó en la ciudad iraní de Ramsar con la finalidad de comprometer a las autoridades ambientales competentes de los países firmantes con la conservación de los humedales, ante la comunidad internacional. Tal acuerdo se firmó el 2 de febrero de 1971, dando pié a lo que hasta hoy se conoce como Convención Ramsar, siendo procedente recordar que constituyó el primer acuerdo internacional en la historia de la humanidad en pro de la conservación de la Naturaleza.
El lema de la celebración de esa efeméride en un año que el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha dedicado a los bosques bien podría responder al título expuesto arriba (“Bosques y Agua para los Humedales Manchegos”), puesto que cuando nos encontramos en una zona semiárida como lo es la del Alto Guadiana, debemos enfocar nuestra atención hacia las riberas de nuestros ríos (Guadiana, Riansares, Gigüela, Záncara, Azuer, Jabalón…) y muy especialmente hacia los límites de sus tramos palustres.
Nuestra asociación, que apuesta desde sus orígenes por la recuperación de los ecosistemas húmedos de la Mancha Húmeda como Reserva de la Biosfera, recuerda que de las veinticinco mil hectáreas de humedales que constituían quizás el mayor patrimonio ambiental de nuestra región, la mayor parte lo conformaban las zonas palustres de los ríos antes citados. Estás conectaban “humedales núcleo” -como las Tablas de Daimiel- con otras tablas fluviales permanentes o temporales, integrando un singular corredor ecológico que daba soporte al conjunto de los hábitats del alto Guadiana. Tal mosaico era complementado por otras lagunas de diversa naturaleza y que, en estrecha dependencia con el régimen de zona de descarga imperante otrora en los acuíferos que constituyen el substrato regional, constituían uno de los paisajes más singulares de la Península Ibérica.
Sin embargo y contradictoriamente, este patrimonio ha llegado hasta la actualidad notablemente degradado, hasta el punto de resultar irreconocible para cualquier manchego que haya estado ausente de la región en las últimas cuatro décadas. Estos humedales, que fueron catalogados hace más de treinta años como Reserva de la Biosfera por su importancia como patrimonio natural y cultural, deberían haber merecido una cuidadísima atención en las decisiones de planificación de la actividad socioeconómica de la región.
Las funciones que cumplen las márgenes fluviales húmedas y los bosques de galería ejercen son múltiples: además de ser soporte del ecosistema húmedo -reserva de gran número de especies vegetales y animales-, regulan los caudales, previenen la erosión, recargan los acuíferos y evitan o reducen los daños de las inundaciones. Por otra parte, ejercen una acción depuradora de las aguas, absorben dióxido de carbono de la atmósfera e influyen en el clima suavizándolo.
Sin embargo, el desarrollo insostenible al que se ha visto sometido nuestro territorio ha dejado impactos gravísimos. Uno de los más significativos ha sido la desaparición en 1984 del rebosadero del acuífero manchego –los afamados Ojos del Guadiana- que daban inicio de manera natural a la continuidad del agua por el río desde estos pagos hasta Ayamonte. Esta lamentable pérdida, ignorada aún por la mayoría, perdura en la actualidad, manteniendo las Administraciones Públicas competentes ante la cuestión una difícilmente justificable actitud estoica.
Afortunadamente, llevamos dos años húmedos consecutivos como no se recuerdan en la región en muchas décadas. Esto ha producido una importante recarga de los acuíferos y ha permitido también la recuperación del contacto entre los principales ríos y sus afluentes, hasta el punto de que se han cubierto de forma natural los cauces originales. Esto debería aprovecharse para confirmar la delimitación del Dominio Público Hidráulico, rescatándolo así de usos y abusos intolerables. No obstante, algunos tramos –como el que se extiende desde Los Ojos hasta la desembocadura del Azuer– tenderán a permanecer en seco hasta que el ascenso del nivel freático haga posible la resurrección de aquellos manantiales del Guadiana.
Los humedales de La Mancha son equiparables a los oasis. En ellos, el contraste con la aridez natural circundante supone una suerte de milagro de la naturaleza, al constituir un ecosistema propio de la región. Su originalidad se basa en el equilibrio de tres elementos: el agua -que genera un verdadero microclima-, la vegetación húmeda de las márgenes y la fauna -que encuentra en estos hábitats excepcionales una magnífica oportunidad para su supervivencia. La recuperación de estos ecosistemas frágiles constituye un reto para el auténtico desarrollo sostenible, la lucha contra la desertificación y la gestión de los recursos naturales, aspectos todos ellos que están en el espíritu del Plan Especial del Alto Guadiana; sin embargo, se necesitan verdaderos sabios que afronten la materialización del mismo.
Hace ya cuatro años que rige el PEAG y su programa ambiental. En él se contempla la recuperación de las márgenes encharcables de nuestros ríos y también la de sus hábitats a través de los subprogramas de actuaciones de recuperación del dominio público hidráulico y de forestación. Hasta la fecha no tenemos noticias de que se hayan puesto en marcha tales actuaciones del Plan; no ya de de recuperación, sino siquiera alguna que frenase la tendencia al deterioro del ecosistema húmedo.
La Naturaleza ha ofrecido un inusual aporte hídrico al esquilmado acuífero principal de la Mancha, acercando de forma natural la posibilidad de alcanzar en breve plazo su buen estado cuantitativo. Aprovechemos la oportunidad.