“Catástrofe electoral si el PSOE no cambia de rumbo”. Con esta telúrica admonición avisaba a Ferraz un desconocido, por lo contundente, José María Barreda, a la sazón secretario general del PSOE de Castilla-La Mancha. Advertencia de grueso calibre que se sintetiza en un escopetazo, insólito hasta ahora, del dirigente castellano-manchego. El presidente advirtió: con Zapatero, el PSOE camina hacia la catástrofe. No sólo hacia una pérdida de votos de la que, aunque derrotado, Zapatero pudiera salir del trance con cierta dignidad, sino que se trataría de la mismísima catástrofe. O lo que es lo mismo, Zapatero convertido en un gigantesco agujero negro llevándose consigo todo vestigio de poder socialista… Y por mucho tiempo.
Por supuesto, de ese temido horizonte de sucesos no se escapa tampoco el hasta ahora resistente feudo socialista castellano-manchego. Con sus declaraciones, Barreda pretende conjurar de nuevo los alarmantes resultados de los últimos sondeos, que apuntan a la derrota socialista. Asimismo, con sus palabras el presidente se baja del carro perdedor, subrayando ante el electorado que votar Barreda no es lo mismo que votar ZP, y generando una ráfaga de titulares encadenados en los medios de comunicación que quizá le puedan servir para repuntar su índice de popularidad.
¿Pero por qué teme Barreda esa catástrofe electoral que no sólo amenaza con desmantelar el mapa de poder socialista en todo el Estado sino en firmar el finiquito de la hegemonía socialista regional? El presidente de Castilla-La Mancha viene argumentando que el electorado es muy inteligente y sabe disociar unas elecciones de otras, y distinguir con precisión de cirujano el voto nacional, del autonómico y municipal. Así ha sido, ciertamente. El estilo histriónico, populista, camaleónico y la maquiavélica estrategia personal de José Bono generaron una marca autonómica en alza permanente.
Bono no necesitaba al PSOE para ganar ni le afectaba la gangrena galopante de los estertores del felipismo. ¿Qué ha pasado para que por primera vez el efecto Zapatero, es decir, el contexto nacional amenace con llevarse por delante una administración de vaso cerrado como la socialista en Castilla-La Mancha? Pues que llueve sobre mojado. La hoja de servicios del Ejecutivo Barreda y el PSOE-CLM no es muy reconfortante como para presentarla como salvoconducto contra el desastre anunciado. Con una caja de ahorros intervenida a cuyo frente había un socialista de pro y de míreme a los ojos; con un aeropuerto casi en pista muerta y en permanentes servicios mínimos; con unos aliados especuladores, paradigmas del antiempresariado que han llevado a las mismas Cortes regionales a aprobar leyes del suelo a la carta; con escándalos como el de la Fundación Virtus, iceberg del dédalo de empresas y fundaciones públicas gestionadas desde el despilfarro y el nepotismo; con una televisión pública regional políticamente impúdica; con autosubidas de sueldo reconducidas luego hacia una solidaridad puramente mediática; con una contrincante popular que muerde en serio… Con todo esto, decíamos, lo que menos necesita Barreda es un bombero con gasolina.
Paralelamente, los socialistas castellano-manchegos han dado durante décadas ejemplo de organización bien avenida, engrasada, sedada y acrítica. Jamás nadie ha levantado la voz contra Bono ni contra Barreda como Barreda ha hecho contra Zapatero.
¿Bendita catástrofe?
Por otro lado, las famosas y polémicas declaraciones de Barreda (afeadas por unos atípicos asesores a posteriori, cuando el buen asesor lo es siempre a priori) dejan al descubierto el rostro más endogámico y partidista de la política, aquel que prima los intereses de familia, de amigos, o de partido sobre los intereses generales. ¿No se ha planteado Barreda que una catástrofe electoral para él y los suyos puede ser una bendición para el país y la sociedad regional porque así lo han entendido los electores? La política es el arte de lo posible. Y también el arte de los equilibrios imposibles. Pero no se puede permanecer en equilibrio imposible demasiado tiempo sin riesgo a descoyuntarse. Zapatero no ha sido nunca merecedor de las devociones de Barreda no tanto porque el leonés taponara el camino hacia La Moncloa a su amigo y aliado Bono, sino por los efectos nefastos de las leyes marca ZP sobre una sociedad conservadora como la castellano-manchega. Pero esas mismas políticas, esas mismas leyes han sido aprobadas con el voto de los parlamentarios de la circunscripción provincial, entre ellos, la diputada Clementina Díez de Baldeón, Fernando Moraleda, Hilario Caballero…
La pertenencia a un partido político nacional como el PSOE no resulta fácilmente divisible en taifas autonómicas como el Estado. La marca ZP es una rémora, pero es que a la vista de los últimos seis años la marca PSOE no es precisamente un antídoto. La crisis económica negada hasta las vísperas, la pésima gestión de la misma, el irresponsable dispendio del superávit con políticas pseudo sociales, los bandazos de un día para otro, el desprestigio exterior, el regreso a los afectos históricos de la memoria para satisfacer a socios de poder, la visión discutible del Estado, la claudicación asimétrica del Estatuto catalán, la visión afectiva y colegial de la política en lugar de una política madura y efectiva, se suma al expediente regional. Todo ello ha alimentado esa descomunal desconfianza, no ya de los ciudadanos hacia el Gobierno, sino de los propios socialistas hacia su líder. Que Barreda evite a Zapatero en una campaña electoral como un apestado es lo suficientemente grave como para inspirar toda revolución interna.
Marchamo jacobino
Castilla-La Mancha es taifa autonómica, pero el marchamo es jacobino. El ensordecedor silencio de los corderos autonómicos parece haberse roto ahora, tristemente por interés estrictamente particular. Con su advertencia, Barreda trata de virar el rumbo para evitar el naufragio y salvarse a sí mismo, no a la región. Pero esta vez desgraciadamente no tiene una hoja de servicios que lo exima de la quema. Ni tampoco es como el fariseo de Bono, lo cual, esto sí, le honra. Si los socialistas tuvieran visión de Estado antes que su característica tendencia a patrimonializar el poder, forzarían un Congreso Extraordinario para indicar la puerta de salida a Zapatero, si tan nefasto es… no sólo para ellos sino para el país. Un envite demasiado fuerte y con demasiadas complicaciones.
Pero una catástrofe es, como dice el diccionario, un suceso infausto que altera gravemente el orden de las cosas. Y si es electoral se traduce en perder mucho para mucho tiempo. Quizá lo que se barrunte sea un fin de ciclo del que se trate agónicamente salir del trance sin ningún hueso roto, electoralmente hablando. Pero esto no lo garantiza ni la continuidad o abandono de Zapatero, ni una Comunidad Autónoma que lejos de vestir la coraza populista del Bono antañón, afronta unas elecciones autonómicas con una cuota de descrédito propio no achacable al Gran Cabeza de Turco. Si se trata de un fin de ciclo, la cosa tiene muy, pero que muy mal arreglo. Para los socialistas, claro.