Los ciclos económicos hunden gobiernos o los llevan a buen puerto. Si el viento es favorable convierte a grumetes monetarios en almirantes del parné, y viceversa. Pero sucede que la coyuntura actual ha quebrado el orden de las cosas y nos ha condenado a la deriva de la marea de los mercados financieros. Y es esta descoyuntura la que nos arrastra sin remedio al abismo del capital Finisterre.
Ya no se puede decir que percibamos los síntomas económicos porque llevamos un par de años interiorizándolos. Son como de la familia: el paro se sienta a cenar en cada casa. La otra señal inequívoca reveladora de un proceso de descoyuntura global es la creciente esquizofrenia política.
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Ahí está De Cospedal, a la que sólo le faltó levantar el puño cuando enarbolaba la bandera del progresismo del Partido Popular. Y acá miren al presidente del Gobierno, psicológicamente en pleno estadio de la peonza -aquel que tan bien definieron Johnny and Charley, allá por 1965, en su obra maestra: La Yenka-. A Zapatero lo recordaremos como el presidente que entró con aires de Che y salió con la permanente de Margaret Thatcher.
El fundador de toda esta psicopatía ideológica no fue otro que el recientemente galardonado por la revista Foreign Policy con el segundo premio de los peores ex mandatarios del planeta: José María Aznar. No es para menos, pues la brillantez de sus salidas no tiene parangón: Nos abrió los ojos respecto a los ecologistas, esos «abanderados del apocalipsis del calentamiento global que tratan de restringir las libertades individuales en nombre de una noble causa como hicieron los comunistas»; nos iluminó la razón cuando aseguró que «que los musulmanes debían pedir disculpas por la ocupación medieval de España»; o cuando el sabio estadista dijo que «la elección en Estados Unidos de un presidente afroamericano era un exotismo histórico y un previsible desastre económico y calificó los esfuerzos del diálogo interreligioso de estupidez». No podemos olvidar su compromiso con las causas justas y lo convincente de sus argumentos: «Déjame decidir por mí mismo. En eso consiste la libertad. Déjame que beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie». Aunque, sin duda, su mayor logro fue convertirse en el contrapunto cómico del Trío de las Azores e involucrarnos en una refinada y moderna guerra santa. Los españoles podemos decir con orgullo que nuestro ex presidente fue a Bush II lo que Pato a Pocoyó.
Y ahora, en Valencia, Camps le va a hacer un nuevo traje a la educación sexual: fuera las batas blancas de los técnicos sanitarios y adelante las negras sotanas. Si las enseñanzas sobre el sexo se gestarán en el seno de la Iglesia, imagine quién acabará diciendo misa dentro de unos años. Pero no se preocupe porque todo tiene solución. Ya lo dijo el más grande: «si la economía va bien, España va bien«.
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