TERCERA Y ÚLTIMA PARTE. Tras la primera parte, publicada el miércoles, y la segunda, publicada el jueves, MICIUDADREAL.ES te ofrece la tercera y última parte un reportaje triple sobre accesibilidad. Hoy vamos a ver cómo a veces los discapacitados se convierten en sus mayores enemigos debido a su apatía a la hora de organizarse o defender sus propios derechos
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Finalizábamos nuestro artículo de ayer hablando de las trabas con las que se encuentran a diario los discapacitados debido a la mala fe y la mala convivencia del resto de vecinos. Sin embargo, hay veces en que los discapacitados se convierten en sus propios enemigos.
Cuando hablábamos con Joaquín le preguntábamos si su mujer era la única discapacitada que iba a la piscina municipal y se encontraba con esos problemas. Su respuesta era tajante: “¡Qué va! No es la única, ni mucho menos. Hay más gente que también tiene esos problemas, pero mi mujer y yo somos los únicos que intentan solucionarlos. Cuando no funcionaba la silla de la piscina, o cuando la colocaron tan cerca de la escalera, varios discapacitados también tenían esos problemas, pero no hicieron nada. Hablábamos con ellos, animándolos a presentar una queja. ‘Si no va a servir de nada’, nos decía uno”. Para Joaquín, éste es un gravísimo problema de apatía: “¿Hay unos servicios obligados por la Ley que no se están cumpliendo, y los principales perjudicados no hacemos nada? Es desesperante. Parece que algunos no se dan cuenta de que si nos colocan una silla, o nos ponen aparcamientos reservados, o rampas de accesibilidad, no nos están haciendo ningún favor; lo que están haciendo es cumplir con la Ley. Tan sencillo como eso. Y si se deja de cumplir con la Ley, tenemos que denunciarlo”.
Pese a que estas situaciones le cabrean, lo cierto es que han dejado de extrañarle y se ha acostumbrado a ellas: “Mi mujer y yo siempre intentamos concienciar al resto de afectados. Tienen que darse cuenta de que si no nos movemos nosotros, no lo va a hacer nadie. Pero algunos prefieren quejarse de boquilla y luego no hacer nada. Y otros directamente ni se quejan, simplemente se conforman”. No obstante, parece que sí se apuntan al caballo ganador: “Hay discapacitados que antes no podían ir a la piscina porque no había silla y no se quejaban. Ahora, gracias a lo que hemos conseguido otros, ya pueden venir. No se trata de que nos lo agradezcan, sino de que se involucren y nos ayuden a presentar quejas cuando las cosas no funcionen.
¿Creamos una asociación?
Y si casi nadie se presta a presentar una queja, lo de crear un colectivo queda a años luz. “Lo hemos intentado varias veces, pero la gente no se anima. Hemos querido montar una asociación, o un colectivo… algo que nos ayude a organizarnos y a hacernos ver. Pero nadie se anima. Alguno te dice que sí y al principio está animado, pero luego no se apunta. Es muy complicado, porque la gente va a lo suyo y no se preocupa de los demás. Ni siquiera de los que tienen sus mismos problemas”. Las cuestiones legales tampoco ayudan demasiado: “El papeleo es lo de menos; la cuestión es que te obligan a tener un local, y eso ya conlleva unos costes. Y si nadie se anima gratis, pues pagando, ni te cuento”.
En cualquier caso, y por suerte, Joaquín y su mujer han optado por no cejar en su empeño: “Si los políticos no cumplen con la Ley, estaremos ahí para protestar. Si los demás ciudadanos no entienden nuestra situación, les intentaremos concienciar. Y si otros discapacitados no quieren unirse a la lucha, habrá que seguir haciéndola por nuestra cuenta”.
Y es que, como decían en la fábula: “Ya sé que como no estamos trabajando todos, no vamos a conseguir nada. Pero yo, al menos, estoy haciendo mi parte”.
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