Editorial de MICIUDADREAL.ES tras la aprobación en las Cortes regionales de una empresa pública de rescate para el Aeropuerto de Ciudad Real.
Los castellano-manchegos han podido asistir hoy a uno de los episodios más tenebrosos y desconcertantes de la historia regional. Sin paliativos: es un ultraje a la ciudadanía que, mientras el Gobierno de Barreda presuma de una reducción de la Administración pública en un 50 por ciento con la supresión de fundaciones, consejerías y delegaciones; que mientras la Junta de Comunidades congele, como jamás lo hizo, la creación de oferta pública de empleo para los próximos años; que mientras los funcionarios tengan que soportar un cruento recorte en sus nóminas; que mientras la obra pública sea víctima de una sensible ralentización; que mientras miles de empresas busquen desesperadamente vías de financiación y la tasa de paro regional se acerque peligrosamente al 20 por ciento, las Cortes de Castilla-La Mancha hayan aprobado la creación de una gran empresa pública de apoyo al Aeropuerto “privado” de Ciudad Real. Una empresa pública que amenaza por sí sola con socavar los cimientos de la economía manchega y con vaciar de sentido cualquier política de ahorro contra el déficit.
La cuestión toma tintes oníricos porque no han bastado ni la suspensión de pagos del Aeropuerto decretada por el juzgado, ni la acumulación de deudas por valor de más 300 millones de euros, ni la estampida de todas las compañías operadoras (incluyendo ayer mismo a la última superviviente, Ryanair), ni la manifiesta ineptitud de los gestores, ni la absoluta falta de garantías sobre la verdadera justificación del proyecto; nada ha bastado, decíamos, para que el Gobierno regional se plantee siquiera la inoportunidad de seguir inyectando recursos públicos en el agujero negro, de proporciones galácticas, que representa el Aeropuerto “privado” de Ciudad Real.
De prosperar la intención del Gobierno, tendiente a avalar, vía empresa pública, con 140 millones de euros a la sociedad privada CR Aeropuertos con el objetivo de que ésta pueda hacer frente a sus deudas inmediatas, los castellano-manchegos verían cómo aumenta su hipoteca colectiva hasta limites inimaginables: a la deuda de 300 millones de euros contraída en buena parte gracias a temerarios malabarismos financieros en connivencia con la banca pública (CCM, entre otras), habría que añadir el peligroso aval de 140 millones, lo que elevaría a la astronómica cifra de más 70.000 millones de pesetas los recursos consumidos vorazmente por este “instrumento de progreso”.
El Aeropuerto sólo puede ser salvado (o reconvertido para otros fines, llegados a este punto), por la intervención directa del poder político después de que se haya auditado hasta el último céntimo. Pero es la expropiación pura y dura el único modo de que revierta en los ciudadanos cuanto se ha invertido hasta la fecha. No es descabellado en absoluto depurar responsabilidades económicas y políticas, incluidas las de los propietarios, y encontrar los cauces más adecuados para la explotación de la infraestructura.
No están los tiempos para repartir prebendas, y sí para poner en lista a los prebendados. El ejercicio del poder político exige, en momentos críticos, decisiones valientes. En el libre mercado se juega, y se arriesga. Y se pierde. ¿No son ésas las reglas? Lo que es inaceptable es crear un escenario de ventaja que facilite a los especuladores socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Utilizando sus mismas armas, la mejor forma de socializar las pérdidas es la expropiación. Por lo directo. Que luego tiempo habrá de socializar los beneficios, buscando las fórmulas más adecuadas para crear nuevos servicios acordes con las necesidades reales de la ciudadanía.
Las infraestructuras deben ejecutarse gracias a la inercia propia del crecimiento humano, pero jamás obedeciendo a un proyecto basado en meras especulaciones, u otros fines ajenos a la comprensible demanda social. Además, antes de acometer un proyecto de tales dimensiones es inexcusable tener una milimétrica visual de previsión para evitar cualquier contratiempo o, en el caso de que éste se produjera, salvarlo con garantías de éxito.
Pues bien, la interminable historia de duelos y quebrantos del Aeropuerto de Ciudad Real obedece a un sin fin de despropósitos. En la actualidad, no sólo vemos cómo han abandonado el aeropuerto todas las compañías operadoras, sino que CR Aeropuertos, la sociedad responsable del fiasco, se encuentra en suspensión de pagos, e intervenida por la Justicia.
Es sintomático que tal proyecto empezase a trazarse sobre plano cuando en el horizonte sólo se atisbaba un gigantesco ladrillo con el rostro del rey Midas. Lejos han quedado las grandezas soñadas en los años dorados. En contraste, el periplo del Aeropuerto ha sido una demencial Odisea cuyas principales Escilas y Caribdis fueron sus propios promotores.
La lista de episodios delirantes es, simplemente, agotadora: la interesada elección de los terrenos, los encontronazos con los ecologistas por afectar a una zona de protección de aves, las declaraciones de Impacto Medioambiental mal acabadas o incompletas, la elección del nombre comercial, las serias amenazas para la apertura por parte de la Unión Europea, la financiación del proyecto con dinero público, la participación directa de CCM Corporación, el trato de favor de la Caja en la concesión de créditos, las espantadas de los operadores, el retardo en la puesta en marcha a causa de una reiterada incompetencia que ha conectado con una crisis financiera y empresarial desconocida hasta ahora…
Se agotan las líneas para una lista de chapuzas y remiendos que incluye también el despido de la tercera parte de la plantilla a apenas tres meses de la apertura, la reducción de horarios a los trabajadores supervivientes, la saturación y falta de formación de los puestos directivos, el enchufismo en las contrataciones, la manipulación de los medios de comunicación propiedad de los dueños, el despilfarro que supone la continuidad de los autobuses fantasma desde Puertollano (y hasta hace unos meses, también desde Ciudad Real), el concurso de acreedores presentado por una empresa contratista controlada precisamente por Díaz de Mera (uno de los principales accionistas del Aeropuerto), los infructuosos intentos de venta a grupos extranjeros, el beneficio “obra por obra” que supuso que la construcción de las instalaciones fuera llevada a cabo por las empresas de los propios promotores, beneficiados, además, por la recalificación de los terrenos sancionada tras la aprobación de la LOTAU…
Desde el inicio también ha tenido el Aeropuerto sus detractores y sus defensores. Tampoco faltan, y no son pocos, quienes simplemente critican el modus operandi de los promotores, y no la existencia de un aeropuerto que efectivamente hubiera sido ventajoso para la comunidad de haberse hecho las cosas bien y de haberse probado su necesidad.
Pero no era la comunidad la que pedía a gritos una obra como ésa para despegar: el aeropuerto fue una iniciativa muy privada financiada con dinero público para colocarla en el mercado a la mejor ocasión. A eso debemos unir la incomprensible querencia hacia tan peculiar negocio privado de instituciones como los ayuntamientos de Puertollano y Ciudad Real, la Diputación, la Junta, PSOE y PP (aunque este último ahora se haya descolgado); otros organismos como la CEOE-CEPYME, la Cámara de Comercio, asociaciones como ASAJA… Si todo ello lo agitamos con la gestión institucional y política con trato preferente, la declaración de Proyecto de Singular Interés, la defensa del polémico aval de 140 millones de euros y ahora la creación de una empresa pública a sabiendas de que están los jueces metidos en el cuarto de los secretos de un Aeropuerto en el que no aterriza ni un solo avión comercial, es imposible hurtarse a la sensación de estar frente a un inabarcable dislate producto de la codicia y de una sospechosa trama de relaciones.
Paralelamente, la puesta en escena de la Sociedad, engordando mediática y artificialmente todo cuanto competía a un Aeropuerto ya desgobernado, ha rozado en ocasiones el ridículo, como ha sido el caso de la última astracanada de aconsejar a los medios de comunicación que no informen de los asuntos que afecten negativamente al Aeropuerto.
Definitivamente, el Aeropuerto Central de Ciudad Real es una digna antesala del camarote de los hermanos Marx. O una descomunal corrala donde Don Quijote no hubiera parado de repartir mandobles.