Europa está a punto de despertar de un sueño. El sueño de las supuestas democracias consolidadas y de eso que se dio en llamar el estado de bienestar, aunque tal bienestar –no podemos olvidarlo- se debiera en gran parte a las políticas colonialistas y depredadoras ejercidas por los estados europeos sobre territorios más allá de sus fronteras; unos territorios cuya población, a consecuencia de esas políticas, fue condenada al expolio y la miseria en los últimos siglos de historia.
Los verdaderos amos del planeta, esos a quienes no elige nadie y que a nadie representan (¡ni falta que les hace!), enseñan su verdadero rostro y actúan cada vez con mayor impunidad y desfachatez. Ellos, los grandes magos de la economía global, los jerifaltes del FMI o el BCE, los bilderbergs y los brokers de las finanzas, los cuadros directivos de las más potentes multinacionales, los banqueros y especuladores que con unos cuantos “clicks” de ratón deciden qué empresa, divisa o país entero mandan a la mierda, ganando con esas oscuras maniobras ingentes cantidades de dinero.., han proclamado su veredicto inapelable a lo largo y a lo ancho de todo el mundo mundial: “¡hay que reducir el déficit!”. Consigna que, como mantra indiscutible, repiten sus economistas a sueldo, los gobiernos entregados, los medios de comunicación que controlan, los tertulianos de la “sopa boba” y otros enterados de diverso pelaje… ¡Hasta no pocos ciudadanos de a pie!, que no esperan nada del invento (más bien todo lo contrario), pero que … ¡como lo dice todo el mundo!
Y eso de reducir el déficit, ¿cómo se hace?, preguntan de forma ingenua estos ciudadanos que no entienden nada de macroeconomía, los pobres. ¿Gravando las rentas del capital al menos en la misma medida que las del trabajo? ¿Reduciendo beneficios empresariales? ¿Obligando a los bancos, entidades financieras y grandes aseguradoras a devolver las inmensas sumas de dinero que los estados, es decir, todos nosotros, tuvimos que inyectarles para rescatarlos del desastre provocado por su propia codicia? ¿Estableciendo de una vez la traída y llevada tasa sobre las transacciones financieras especulativas (la famosa tasa Tobin, o como quieran llamarla)? ¿Acabando de una vez con los paraísos fiscales donde se guarda el dinero negro de los delincuentes? ¿Creando una banca pública que pueda ofrecer créditos baratos a las familias y las pequeñas empresas en lugar de dedicar todo su esfuerzo a hinchar los bolsillos de consejeros y accionistas?… En definitiva, ¿haciendo que los estados y sus gobiernos controlen, regulen y obliguen a que la economía contribuya realmente al bien común y no sea el coto sin leyes ni normas donde cazan a su antojo ese puñados de rapaces insaciables?
¡Nada de eso, amigo! ¡Hasta ahí podríamos llegar!… La reducción del déficit tiene que ser a costa de los de siempre y por los procedimientos de siempre, ¡como está mandado! O sea: moderación salarial, despido libre (o casi), aumento de la edad de jubilación, privatización creciente de empresas y servicios públicos, copago sanitario, desaparición de ayudas y subsidios sociales, drástica reducción de la ayuda al desarrollo de otros pueblos…, etcétera.
Y aquí tenemos a los gobernantes europeos echando carrerillas a ver quién recorta más y mejor. Y mirándose por el rabillo del ojo para que el gobierno vecino no se adelante en ese desmantelamiento de políticas sociales que le permitan recibir la palmadita en el hombro de “los amos” y el aprobado, siempre raspadillo, de los mercados. ¡Buenos chicos!
Sin duda Milton Friedman -muerto no hace tantos años e impulsor, con la ayuda inestimable de Reagan y Thatcher, de este neoliberalismo rampante de nuestros pecados- estará gozando en su tumba de este triunfo absoluto de sus postulados. Por fin consigue mojarle plenamente la oreja a ese capitalista moderado que fue Keynes, logrando imponer la dictadura de los mercados sobre aquellos principios éticos o humanistas en los que, supuestamente, se basaban las prácticas políticas de los países desarrollados. Incluso se empieza a reconocer que la recuperación económica está aún muy lejos (a décadas de distancia, auguran algunos analistas) y que ni siquiera estos sacrificios serán suficientes para aplacar al todopoderoso Moloch-Mercado, por lo que éste exigirá más víctimas que puedan saciar su voracidad infinita… ¡Buena se nos viene encima!
Porque el entreguismo de los gobernantes es una vergüenza penosa (¿no habrá ninguno con la decencia y el coraje suficiente para decirle a la gente la verdad, por más que a renglón seguido se viera obligado a marcharse a casa.., pero al menos con la conciencia tranquila y la cabeza bien alta?). Aunque más penosa aún me parece la actitud de todos aquellos y aquellas que no salen a la calle a gritar su rabia, a defender su vida, su familia y su dignidad, a pedirles cuentas a esos representantes que en su día eligieron para que les protegieran y les gobernaran; esos mismos que han sido capaces de entregar sus votos y sus esperanzas a los dirigentes de verdad, es decir, a los todopoderosos señores del dinero.
Porque no se trata de hacer un día de huelga o de reenviar uno de esos e-mails en los que se diluye el cabreo de los funcionarios, los pensionistas o los jóvenes en paro. La ofensiva de los delincuentes financieros es tan brutal y descarada que exige una respuesta contundente, global y sin tregua. Tampoco se trata sólo de cambiar de gobierno (el posible recambio, sobre todo en nuestro caso, resulta tan impresentable, tan hipócrita e indecente, que mejor condenarlo al ostracismo perpetuo) o de retocar algunas leyes y decretos para dar la impresión de que se está haciendo algo. Las cosas han llegado a tal punto que solamente un cambio de paradigma, una manera radicalmente distinta de entender y practicar la economía y la política que ponga a la ciudadanía mundial -sus necesidades, su bienestar y su dignidad- y a este maltrecho planeta que la cobija en el centro de cualquier intención de gobierno, puede tener ya sentido si se quiere evitar la catástrofe.
Pero.., ¿dónde está la gente capaz de exigir y forzar ese cambio? ¿Por qué derroteros transitan ahora aquellos “parias de la Tierra”, cuya marcha, firme y acompasada, debería hacer temblar los cimientos del mundo?
¡Ah, calla!, ¡ahí los veo!… Están todos delante del televisor… ¡¡Que va a jugar “la Roja”!!