A uno se le antoja que Santiago Moreno es el sucesor natural de Barreda. Para ser sucesor, o eres natural o no lo eres. Y Santiago Moreno, portavoz pulcro, con la dosis justita de carisma, equilibrado, tranquilo, bien hablador y con voz persuasiva, es capaz de morder sin que se note. O lo que es más sorprendente, de dar leña y recibir sin que por eso arda el hogar. Arderá por otras cosas, pero no porque Santiago Moreno le cante las verdades del Trasvase al adversario. Nada que ver con Mario Mansilla, de infausto recuerdo, /doberman/ de Bono, irritante. Mansilla era a Bono lo que Moreno a Barreda, pero con una diferencia: Moreno es un hombre leal y honesto, se podrá estar de acuerdo con él o no, pero es uno de esos ejemplares que redime la depauperada figura de político profesional que está en esto para llevárselo crudo. Sí, él es un autonómico veterano, pero también ese rol lo desarrolla con naturalidad, como cuando regresó al colegio en las horas bajas. . La virtud de Moreno es la naturalidad, por eso también se le asume con naturalidad como dirigente. Hay dos clases de líderes, los que se construyen a sí mismos para satisfacer un ego casi enfermizo (Bono) y los que se desenvuelven con pasmosa naturalidad, sin discreciones exageradas pero sin fanfarria egotista. Barreda es un poco este segundo especimen, pero Moreno lo borda. Moreno no desentona lo cual se agradece en un paisaje político sobrado de personajes artificiosamente designados con cuña, palanca y fórceps. *Moreno, no es de lo que dejan al compañero en la estacada ni a quien se le permiten licencias de avezado pelotari (de urbanismo) porque sepa cosas. *Que las sabrá. Santiago Moreno es de los que se estrellan con Barreda si toca estrellarse. En el debate sobre el follado, perdón, fallido Estatuto, estuvo grandioso, y a uno se le antoja que fue Bono el que lo amarró en corto cuando era alcalde de Puertollano, *y dejó su puesto a la mitad para irse a la verita del César de la multipropiedad*. Barreda puede estar tranquilo, contento y orgulloso de contar entre su círculo más estrecho con hombres como Santiago Moreno.
A Santiago Moreno siempre le he llamado por teléfono cuando ha cambiado de destino. En una ocasión me lo encontré a las puerta del PSOE de Ciudad Real. De su puesto tranquilo en la Delegación de la Junta, Barreda le encomendó la portavocía pese a que sonaba para presidir las Cortes. “No sé si darte la enhorabuena o la noramala”, le dije. “Tendrás que dar y te darán”. “Es lo que toca”, me contestó.
Y como era de esperar está cumpliendo su cometido como corresponde a quien representa el criterio general de su Grupo Parlamentario. Lástima que esté el ambiente más denso que el mostillo, pero incluso así hace su labor con esa pátina de hombre contemporizador, sin más cortocircuitos que los que demande la descarga política. Y tiene sentido del humor, lo cual es pan de oro en su responsabilidad a veces agria, desabrida, faltona y acusica.
En fin, que Santiago Moreno no es de los que salen rana… sino príncipe. A poco que le besen los suyos se convierte en candidato. El traje de presidente de Castilla-La Mancha, un suponer, no se confundan en Fuensalida, es capaz de llevarlo con la misma naturalidad con que vistió el de alcalde de Puertollano, y con la misma asombrosa naturalidad con que lo dejó. Y al tiempo, va macerando las canas de la sabiduría con la calavera en barbecho descubierta por el contrapicado televisivo, un dato más que demuestra que Moreno es de fiar.