
No me cuadra de ninguna manera que los socialistas con la Junta al frente se declaren y declaren la región zona no ATCeizable (no confundir con no urbanizable), pero les traería al fresco que instalaran la planta de los miedos (ah, los miedos, cuánto rédito dan bien manipulados) en la Comunidad de al lado, por ejemplo en Extremadura, que es una autonomía hermana de partido desde la partida democrática. El ATC ha pasado a conjugarse en tiempo de futuro electoral perfecto o imperfecto que esto ya se verá. Los diputados socialistas (y populares) de la provincia votaron en el Congreso en su día a favor de la construcción de un ATC sin especificar el por imperativo legal pero no en mi tierra. Cuando se abre el proceso, comenzaron las tácticas. El pasado martes hubo un acuerdo unánime al que se sumaron IU y ERC de construirlo pero en un punto de armónico consenso. El Gobierno, el Congreso y los ayuntamientos candidatos quieren construirlo; los Gobiernos autonómicos no… en mi tierra, en la tuya sí. Y a este ritmo de vals va el ATC puesto bailar en la pista del oportunismo político. Lo coherente y patriota es negarse al ATC aquí y allá por lo grosero que resulta desear al otro lo que no se quiere para uno. En cuestiones como ésta existen las opiniones de los expertos y la de los políticos que los ciudadanos desmovilizados deberían sopesar como deberían sopesar si el Parlamento que lo representa es capaz de aprobar una infraestructura tan potencialmente nociva como para que suponga la ruina del punto elegido para el castigo atómico. Una cosa es el riesgo, todo entraña un riesgo, desde el punto de vista puramente técnico y otra la interpretación escénica contra el malvado átomo. Quien se oponga a un ATC por el riesgo que entraña debe oponerse a que se yerga en ningún otro lugar del Estado que nos cobija. Pero ya se sabe que si la política es el arte de lo posible, los políticos, no todos, pero sí demasiados, son artesanos de lo inverosímil.