No quiero que se me malinterprete, el debate nuclear no es una cuestión de género. Es más, un varón popular nos advertía hace unos días de los peligros de escuchar a los radioactivos socialistas: «el PSOE está generando alarma antinuclear«. ¿Alarma antinuclear?… desde ese aquel momento siempre que salgo a la calle miro al cielo, no vaya a saltar de un bombardero, entre pétalos de rosa, un ecologista dispuesto a sacudirme un margaritazo. No me opongo a que, quien guste, guarde una pepita de uranio enriquecido bajo la almohada, pero dejen de asustarnos que todavía no nos hemos recuperado del canguele de lo de la pandemia de la gripe A.
Este tipo de cosas son las que me llevan a pensar que lo que se afilia a los partidos políticos no son personas, sino isótopos.
Espero que los ciudadanos seamos capaces de hacer la reflexión energética más allá de lo que nos digan desde el PP y el PSOE. Los combustibles fósiles se agotan y las energías limpias no son suficientes para satisfacer nuestro consumo actual. El hermano americano ya ha puesto sus dólares sobre el reactor. Es una opción. Si la variable tecnológica no lo remedia, la otra alternativa es el decrecimiento.
Les aburriría con información técnica, económica y científica sobre las bondades y maldades de la energía nuclear, pero soy incapaz de retener pamplinas. El debate nuclear, para mí, terminó el mismo día que observé a los que más saben de radiación, a los doctores de la inocencia atómica, a los catedráticos del más injusto sufrimiento: los niños ucranianos que cada verano vienen a nuestra ciudad a sanear sus maltrechos organismos y a explicarnos el mejor argumento antinuclear: el humano. (Ahora que lo pienso, ¿Qué les contará la alcaldesa cuando los recibe cada julio en el Ayuntamiento? ¿Será más de fisión o de fusión?).
Está claro que nadie se plantea un pepinazo nuclear como el de Chernobil que, salvo hijoputez terrorista (¡alarma! …¿eh? … ¿ahora quién acojona a quién?), es algo ciertamente improbable. Sin embargo, en nuestra retina permanece la imagen de esos hippies ecologistas, que no eran infantes de marina precisamente, saltándose, cual cabrillas en un prado, las más estrictas medidas de seguridad. ¿Y qué me dicen de las sanciones a esas aerofágicas centrales nucleares que expelen «inofensivas» ventosidades radioactivas sin avisar y sin dar explicaciones?
No necesitamos la química para analizar la peligrosidad de la energía nuclear, ni escalas, ni parámetros, ni escobillas. Sabremos que retozar con los átomos es seguro el día que una madre, del Partido Popular y pro nuclear no se manifieste porque instalen un cementerio nuclear en su pueblo.