Cuando el espanto sobrepasa ciertos límites, se detiene igualmente la capacidad de asombro. Al principio éramos incapaces de echarnos la cuchara del cocido a la boca, pero paulatinamente nos vamos acostumbrando a la visión de una ciudad destruida, capital del infierno. Las ONG,s son como Cristo: nos exoneran de la culpa, reponen la dignidad del mismo hombre que en Puerto Principe vivía en medio del lodazal de la corrupción y la superstición. Un no-Estado con el beneplácito de los Estados todos. No es la primera vez que vemos lo poco que somos ante su arrebato descontrolado. Hace tiempo que los mass media nos ofrecen estampas de la destrucción, la tuya, la que provocas tú, Oh Bella sin Alma y la que provocamos nosotros, polichinelas inermes. Son aperitivos periódicos que nos acostumbran al Apocalipsis. Hemos visto tantos cuerpos rotos que nos ha endurecido todavía más.
Es la guerra, el gran espectáculo de las sombras. Pero lo de Haiti no ha sido la guerra. ¿Cómo declararle la guerra a la Deidad más terrible de todas bajo su bella apariencia de mansedumbre?. No ha sido la mano del hombre, en esta ocasión, la que ha apretado el botón sino la Naturaleza. Naturaleza y humanidad compiten en una descomunal hijoputez de destrucción y muerte. Iba creyendo en la Naturaleza a medida que iba descreyendo de los hombres y ahora aparece la Hija de Gran Puta y se lleva por delante decenas de miles de vidas. ¿Y quién le canta las verdades a la ciega e injusta Naturaleza? Adiós a mi amor por ella. No me valdrán bosques radiantes, ni el mosaico ciclo de la vida, ni los paisajes impresionantes, ni la simpatía por las causas que te defienden. Nosotros te atacamos pero tú nos zarandeas en la retaguardia y golpeas donde más duele, en las ciudades, que es donde se concentran tus enemigos pero también tus amigos. A partir de ahora te voy a mirar como lo que eres: una fuerza ciega, indomeñable, capaz de provocar felicidad y dolor con la misma caprichosa indiferencia pero cuya finalidad consiste en serle útil a los monigotes con los que convives y a los que puedes aniquilar sin que tengas que pagar por ello.
Dios queda exonerado, tanto más para los que no creen. Quienes creen, aceptan que dejó la Naturaleza a la libre concurrencia de las cosas y a los hombres a su libre albedrío. El hombre destruyó Nagasaki, Hiroshima, Berlín, Dresde… La Naturaleza se ha llevado Puerto Príncipe como botín, siempre insatisfecha de bacanales de huracanes, tornados y tsunamis inconcebibles. Ella, la Neodiosa, gana por goleada a los desmanes de los pigmeos que la habitamos. Me pregunto si también podrás con las almas, como puedes con las vainas insignificantes que nos contienen. Nos lo merecemos. ¡Te hacemos sufrir tanto! Ah, Naturaleza infame, ¡como asumir las imágenes que brotan de un lugar tomado por la locura, la sinrazón, la muerte, el dolor y el absurdo hasta niveles que cuesta concebir! Luego no me vengas con bellezas caprichosas ni tiranías estúpidas. Ya sabemos como te las gastas. No somos nada ni nadie ante tu alocada vanidad. Eres una Diva a la que hay que temer antes que amar. Te has comido Haití, que te siente bien.