Un vampiro del pueblo (7)

Que me llamaran vampiro del pueblo no resultó una exageración analizado el amable título con la perspectiva del tiempo.  Al fin y al cabo no era un asesino. Sí, nací con la necesidad de beber  sangre a saber porqué componendas de mi personalísima hélice genética, pero como queda dicho a estas alturas del cuento, la inocente sangre de un animal fungible, un pollo pongamos por caso, me servía para cumplimentar mi peculiar dieta, cuando no utilizaba mi singularidad para cauterizar las heridas de la gente. De ese modo me vi a salvo de salir de pendoneo a cada noche para despacharme a cualquier probo ciudadano. Vampiros como habrán podido comprobar, los hay que no resisten la visión de una sola gota de sangre y sin embargo, andan por ahí, bien instalados en la pirámide social chupándole la susodicha  a la gente anónima  cuando no con hipotecas que son la misma eternidad, a base de extraerle hasta la última gota al pobre inmigrante… Banqueros, constructores, políticos, financieros, prohombres de buena sociedad que alardean de bonhomia cuando entre bastidores se entretienen en una orgía interminable para llenar la saca y apaciguar la hidra insaciable de su codicia. Esos sí que son vampiros. Por más que aparezcan en las notas sociales de la buena ciudadanía. Uno al fin y al cabo tuvo que aprender a vivir con mi flaqueza que era mi fortaleza y además con una inoportuna alergia precisamente a lo que me daba la vida…
Pero estábamos en el Red Eye, creo recordar. ¿Sí? Ahora lo veo todo entre la bruma de los recuerdos. El tugurio atestado de gente extraña y violentamente silente, humo de tabaco como niebla espesa, miradas de desconfianza, y en medio de aquella prodigiosa parroquia al mismísimo Conde Cópula, sus ojos fijos en nosotros, y nosotros, como tres temerarios, en una mesa contra la pared esperando no sé qué cosa o a no sé qué estrategia. Lo que recuerdo ahora es que el Conde aquel, vampiro amoral y disoluto pese a su inexplicable abrazo al Islam salvo por el refocile que tal fe garantiza al otro lado de este valle de lágrimas, nos la jugó y bien la primera noche que fuimos a por él, mejor dicho la primera noche que el profesor Perhaps fue a por él pertrechado con la única arma que podía domeñar a aquel ser cuatricolmillado: yo, el vampiro de Alamillo, el hijo de la Wencesláa, un vampiro del pueblo.

Ese perillán se debió oler algo, porque de sobra sabía que el señor Perhaps tenía ganas de echarle en guante, pero era demasiado listo como para dejarse atrapar sin esfuerzo. Cuando me miró dedujo que un servidor era un enemigo demasiado peligroso. Así que ni corto ni perezoso y mientras los sones de la música entonaban un babalú propio de las entrañas caribeñas del  vudú y zombies extraviados, se dirigió hacia nosotros con su porte elegante y pidió permiso para sentarse a nuestra mesa. Fue inconsciente, pero un servidor apretó el agua bendita como el náufrago que se aferra a una tabla. Más o menos esta fue la conversación que se trajeron el señor Perhaps y el Conde Cópula…

-He  oído que anda usted buscando al asesino de esas jovencitas, señor Perhaps. Es usted todo un personaje en los bajos fondos y en los altos fondos, aunque bien mirado uno no sabe en cuál de ellos pudre antes la naturaleza humana… dijo el Conde Cópula, soplando el humo de un descomunal cigarro habano…

-Desde luego, usted será incapaz de saberlo nunca, más que nada por dos razones: usted es un inmenso contenedor de basura y además no es humano… Pero debo felicitarle por su perspicacia y sí, lo reconozco, estamos aquí por si acaso de aquí parte la oportunidad de echarle el guante a ese mal nacido…

-¿Mal nacido? ¿Está usted seguro de que ha nacido alguna vez?

-Todo lo que camina sobre la tierra tiene un origen. Y todo lo que tiene un origen tiene un final, señor Conde…

-¿Y tiene algún sospechoso?

-Tengo una certeza… tengo la certeza de que es usted el infame criminal, más que nada porque usted es un criatura del averno, señor Cópula. No se me haga el ingenuo. Usted sabe como yo que al final le atraparé. Yo soy el bueno y usted el mismo diablo y tengo poderosas armas… quiero decir razones para estar tan seguro

-Debería probarlo, ¿no cree? Y si no debería intentar detenerme. ¿Podrá hacerlo me pregunto?  – El Conde Cópula contuvo su ira, se puso derecho en el asiento como para un ataque inmediato. El profesor Perhaps me miró, sólo me miró, pero en una sola mirada me dijo: si ataca, te echas encima de él y le pegas un buen bocado en el pescuezo…   El Conde Cópula debió entender exactamente lo que entendí yo en esa mirada, y se contuvo, temeroso, mientras me miraba. El señor Perhaps se percató de todo y suspiró como si ya lo tuviera en el bolsillo…    

-Todo a su debido tiempo…

-No espere demasiado, el tiempo se acaba amigo Perhaps. Ahora si me lo permite, me esperan tres amigas muy íntimas, para acabar la velada…

Así fue, el Conde hizo una reverencia maliciosa, le echó un poco de humo a la cara al profesor y luego me miró con sus ojos helados.

Seguimos un rato en el Red Eye, apurando unas pintas cuando oímos un ventarrón que empezó a sacudir puertas y ventanas… y después el alarido. El pájaro había volado  y en una de las habitaciones de la taberna dejó el regalito de tres lozanas señoritas más blancas que la nácar. Se había dado un buen festín por partida doble… En la pared había escrito: Que tenga unas buenas noches, profesor.

El profesor salió de la taberna de dos zancadas, apenas Walpole y yo podíamos seguirle. Miró  hacia una callejuela oscura como la noche de los tiempos y desde aquella oscuridad relumbraron dos ojos como dos tizones de lumbre, luego una carcajada de otro mundo. Cuando llegó la policía ya era tarde. ¿Dónde he leído yo esto antes?

-¿Y ahora qué hacemos? –dije.

-Nada – respondió el profesor Perhaps.

Había una semilla de esperanza en ese nada que musitó con una imperceptible sonrisa.

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