Oh, monseiur Perhaps, mon ami, es un honog tenegle de nuevo como cliente en mi humilde local.¿Quegán sentagse en aquella mesa? Es la mejog. Quien dijo esto era un tipo delgado, de nariz tan aguileña que siempre llevaba la cara levantada para no clavársela en el pecho. Hablaba un francés con acento británico que yo he tratado de acentuar al español. Lo del francés era, según me contó el señor Perhaps, por la admiración que le tributaba el dueño del Red Eyes a un tal Honorio Zurita,.un terrateniente andaluz que tenía el título de Marqués de la Dehesa, pero que se lo cambió por el de Marqués de Sadehe. La deferencia del dueño, un tal, Lastimor, fue más bien una amabilidad impostada como pude comprobar poco después, destinada a romper el silencio glacial que se hizo en cuanto pasamos al Red Eye, un frío glacial incluido de bises de serpientes que más de un parroquiano silabeó con gestos de contenido espanto en cuanto puse la suela de mi zapato en el local. El agua bendita que llevaba conmigo, ya saben. Oh, está plagadísimo, susurró el señor Perhaps que también se percató de la repugnancia que provocábamos en aquel lugar repugnante. Luego una vez acomodados, todo eran miradas e insinuaciones, sobre todo de la parroquia femenina. Una chica cuyos pechos exuberantes invitaban a la perdición nada más contemplarlos se mojaba los labios a lengüetazos mientras arqueaba las cejas y me sonreía como una pecadora del Támesis. Pero fue echarme hacia atrás la chaqueta con la intención de buscar tabaco en mi bolsillo para apretarme un fumeque y ver la cantimplora, que la muchacha se levantó proyectada por un movimiento reflejo para vomitar a su gusto pero sin tiempo apenas, de modo que le echó el pote a un par de impresentables que estaban junto a ellas, sin que la rociada, los molestase lo más mínimo. Plagadito, plagadito, reiteró Perhaps. Aguardemos a que llegue el pollo. ¿Y si no viene?, dije yo, que francamente, estaba empezando a acojonarme, y no hacía más que apretar la frasca que llevaba a la cintura cual Asterix en los Avernos. Vendrá, vendrá… El Conde Cópula no puede perderse el rito del Babalú. ¿El rito del Babalú? ¿Y eso qué demonios es? Ji, ji, ji, eso ¿qué de-mo-ni-os es, muy apropiado, joven, se adelantó a contestar Walpole, a quien el lugar no parecía intimidarle en absoluto. Antes al contrario, lo observaba todo con cierta familiaridad e incluso saludó con amanerado protocolo a un joven que miraba a Walpole más o menos como me miraba a mi la joven pero sin vómito de por medio. Bien, esta noche nos dedicaremos a observar, luego seguiremos al Conde y si se decide a actuar, esto es, a darle boleto a alguna pobre desgraciada entramos nosotros en acción. ¿Y cómo? Pregunté yo, ya sin pudor a evidenciar mi total acojone. ¿Cómo? ¿Un vampiro asustado? Por el amor de Dios, Antonio, no me vegas con esas. Ji, ji, ji, por el amor de Dios. Soy un vampiro del pueblo, señor Perhaps, no un vulgar vampiro, oficial de primera de las tinieblas que va por ahí matando a la gente, así por gusto, por el hecho de matar, claro como es vampiro, hala, zas, zas… ¿Alá? ¿Has dicho Alá? No, he dicho Hala que no es lo mismo… Lo que hacen una letra y un acento, suspiró Perhaps. Ya sabes que nuestro hombre es musulmán. Sí, y francamente, eso me confunde. ¿No eres tú anarquista y católico? Desde luego, señor Perhaps pero veo más factible eso que un vampiro seguidor de Alá y de Mahoma…
Creo recordar que en ese momento se hizo un silencio tan espeso como la niebla de humo que ascendía hacia el techo del local y se recreaba esculpìéndose en volutas como trazadas por una mano invisible. Fue por las mujeres… ¿Por las mujeres? Sí, el Paraíso Musulmán y todo eso, ya sabes, las vírgenes que aguardan en pelota viva a las puertas de la mansión del placer eterno. Alá es grande. Como él, el Conde, me refiero, está con un pie en la tumba y otro de zascandil por ahí, pues por eso. El conde Cópula lo encontró agradable y abrazó la fe. Y los infieles son los hombres-lobo y las jovencitas. No, las jovencitas son las vírgenes que él se despacha…Como está allí pero aquí, ji, ji, ji…
De nuevo silencio. Yo estaba más aturdido a cada momento. Me parecía irreal todo aquello. ¿Qué pintaba un vampiro bueno de Alamillo sumergido en las profundidades del Londres tabernario y vicioso? Bueno, sí, era el único que podía echar el guante al escurridizo Conde Copula… Ah, en esos momentos lamenté mi singularidad. Cuánto me hubiera gustado aborrecer la sangre como todo el mundo. Perdóneme, señor Perhaps pero tengo un montón de preguntas que hacerle… ¿Eso está bien, amigo mío? ¿Cuál es el plan? ¿Cómo… como atacamos? ¿De qué manera vamos a capturar a ese Conde…?
¿No eres un vampiro bueno? Sí, señor. ¿No eres católico? Si, señor. ¿No tienes tu cantimplora de agua bendita? Sí señor. No hay duda, usted es el hombre. No puede fallar. Pero… ¿cómo?. No hubo tiempo para la respuesta. En ese momento se hizo un silencio de iglesia en aquel lugar de relapsos y pecadores a la vez que el tabernero Lastimor se dirigía hacia el parroquiano que acababa de entrar. Un hombre impecablemente vestido, con un abrigo gris oscuro, sombrero, pañuelo al cuello, guantes y bastón. Muy en consonancia todo… El hombre, acostumbrado al agasajo, miró con displicencia a su alrededor. Saludó con una leve inclinación de la cabeza al señor Perhaps y cuando detuvo su mirada en el vampiro de Alamillo, o sea en mi, hizo un gesto de repugnancia apartándose con las manos algo invisible y siseó como las serpientes. Pero enseguida recobró la compostura, percatándose de que era el centro de todo el mundo y regresó a su pose aristocrática. Entonces empezó a sonar un ritmo sincopado. Era el ritmo del Babalú que precedía al rito del Babalú. Aun quedaba para el alba…