Lejos de cualquier autocrítica, el número dos del Partido Socialista de Castilla-La Mancha, su secretario de Organización, José Manuel Caballero, ha dicho que “es evidente que hay una responsabilidad” y que la competencia sobre parques nacionales corresponde al Gobierno de Zapatero.
“Es evidente” que Las Tablas de Daimiel no están en manos de la Junta de Comunidades. Si así fuera, cada pato tendría un ordenador portátil. El problema no está en el interior del parque, sino más allá de sus fronteras. Es una cuestión agrícola (regadíos insostenibles, pozo ilegales y sobreexplotación de las reservas de agua). Por tanto, como recoge el artículo 31 de nuestro vigente Estatuto de Autonomía, es competencia exclusiva de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Incompetencia en este caso y, como han denunciado los ecologistas en numerosas ocasiones, indecente y dolosa y secundada por la pérfida complicidad de la Confederación Hidrográfica del Guadiana.
Y sin embargo nos compete a todos
Hubo un tiempo no muy lejano en el que del suelo sobre el que pisamos emanaba agua. Los acuíferos de La Mancha lloraban de alegría y rebosaba vida de las entrañas de la tierra. Al abrigo del amor entre el dulce Guadiana y el salobre Cigüela sonreía a la llanura un encharcado edén. Un tesoro ecológico, la más valiosa de las joyas de La Mancha Húmeda.
Aquellos hombres y mujeres que durante cientos de años habían vivido en equilibrio con la naturaleza, vieron cómo la administración franquista y el autonomismo bananero violaron todo principio de sostenibilidad. Primero fue una sonda clavada hasta la garganta de nuestros acuíferos y los pivots escupieron agua sobre infames beneficios económicos. Pero el agua dejó de fluir, y hubo que ahondar más y cada vez más. Las Tablas mostraron los primeros síntomas de enfermedad y aquellos manchegos sencillos que vivían sobre sus pequeñas barcas comprendieron que era el principio del fin. La sonda llegó al estómago y las asociaciones ecologistas dieron la voz de alarma. Lejos de solucionar el problema, los mismos que se pavonean cada vez que se levanta un aerogenerador, engañaron a todos con placebos y trampas y la sonda continuó su avance letal, desgarrando el futuro, drenando la vida y aniquilando toda posibilidad de recuperación. A día de hoy, la sonda ya le asoma por el culo a la sociedad castellano-manchega.
Todos sentimos de forma muy especial Las Tablas. Las llevamos dentro, como un gen grabado a fuego en nuestro código genético. Por eso nos duelen como una madre. Desde la infancia desarrollamos un extraño Complejo de Edipo, una misteriosa y fraternal veneración a su divina biodiversidad. Como si cada una de nuestras células encontrara un nexo indivisible con aquella charca majestuosa y mágica.
No podemos permitir que mueran. No dejemos que nos sigan engañando. La situación es extremadamente crítica y el fracaso más que probable, de acuerdo. Mas si hemos de pasar a la historia como la generación que perdió Las Tablas, al menos seamos la generación que perdió Las Tablas después de luchar con todas sus fuerzas por salvarlas. Se lo debemos a la memoria de nuestros abuelos. Se lo debemos a nuestros hijos. Nos lo debemos a nosotros mismos. Demostremos que no somos ese pueblo adormecido, esa escollera que recibe impasible las guantadas de la incompetente, viciada y endogámica marea electoral. Es nuestra oportunidad. Una hazaña digna de la mejor novela de caballería y por la que merece la pena enloquecer.