Que me da el soponcio. Patidifuso. Aturullado. Lelo. Sin resuello se queda uno tras leer los espeluznantes testimonios, sobrecogedores llamamientos y escalofriantes amenazas de justicia proferidas por la Federación de Periodistas de Castilla-La Mancha. Pánfilo y traspuesto me hallo ante tamaña vorágine de sones libertarios e incendiarias peroratas.
¿Quieren saber lo que respondimos los periodistas tras conocer el último capítulo de exterminio informativo, epílogo de una sucesión de bochornosos episodios sin precedentes en la historia de la prensa regional? ¿Qué es lo que hemos denunciado ahora, tras años de censura implícita, precariedad y escachifolles; tras meses de sistemática destrucción de puestos de trabajo con indemnizaciones de arlequinada; tras el holocausto profesional de decenas, casi el centenar, de informadores en Castilla-la Mancha?
¿Saben qué alegamos ante los abusos cometidos y las inmolaciones de grandes profesionales en medios como Metro, La Tribuna, El Día, CRN, Canfali, Efe y tantos otros de más humilde catadura…? Pues hemos venido a decir, ni más ni menos, que… Pero, ¡zape! ¡Ténganse todos…! No siga leyendo el aprensivo ni el espantadizo, ni quien sea de natural un poco mandilón. El resto, trague saliva, aspire hondo, y abandónese a esta vibrante soflama digna de ser grabada en placas monumentales para gloria de venideras revoluciones:
Lo lamentamos profundamente… Lo volvemos a lamentar… Nos solidarizamos…. Esto es un varapalo…. Eran buenos profesionales… Hay otras posibles alternativas… Exigimos responsabilidad… Pedimos a la Junta de Comunidades que retire la propaganda política y las licencias de radio-televisión digital a los malos empresarios…
Uf, qué subidón. Qué pavoroso estallido de furia. Eh tío, oye tío. Cáspita, diantre, caracoles, recórcholis… ¡Sapristi! Si a mí no me llega la camisa al cuerpo, qué será del canguelo que deben de tener los empresarios de la comunicación de esta región. Aún me estoy relamiendo de la flojera, del repelús, de los colores que les deben de estar saliendo a Méndez Pozo, Díaz de Mera y demás prohombres bendecidos por la égida de José María Barreda. Sin duda deben de tener las venas por cubitera y la sangre en los zancajos. Quizá estén escondidos detrás de una grúa. O camuflados de gotelé, los muy camastrones. Dándose el piro en el primer vuelo con salida del Central, con el sombrero calado hasta las cejas, como fugitivos de la resistencia en la Casablanca de Bogart.
No era la intención de este desventurado artículo plañir de nuevo sobre las desdichas del plumilla, sea papelero, digital, radiofónico o catódico. Pero sea. Baste decir que el progreso prometido por los mesías del hormigón, en connivencia con las administraciones públicas, se ha volatilizado como tufo de cloaca después de ser expelido por los medios de comunicación. Los mismos que ahora son destruidos por sus propios dueños como castillos de arena, ante la tibia reacción de unos periodistas noqueados por las circunstancias.
El sistema mediático regional, gangrenado durante décadas en iniciativas impostoras de falsos editores, enlodado hasta la cresta en un absurdo individualismo profesional, ha llegado prácticamente a su extinción en apenas unos meses. Y los periodistas son ahora las víctimas de un desatino crónico, peleles de un sector total y absolutamente desestructurado.
El periodismo regional, y especialmente el sector editorial, atraviesa su crisis más grave. El previsible fracaso del ladrillo como correa de transmisión del poder y la vertiginosa (y apasionante) evolución de internet implican cambios virulentos que exigen resoluciones drásticas, a poco que el informador pretenda recuperar la dignidad perdida.
Los sindicatos y asociaciones deben actuar con diligencia. No sólo están obligados a dignificar la profesión en estos difíciles momentos, u ofrecer asesoramiento jurídico a quienes se ven abocados a la pérdida de su trabajo, sino que deben hacer frente enérgicamente a sus responsabilidades hasta las últimas consecuencias.
El gremio periodístico debe trabajar seriamente para cerrar los cuatro capítulos primordiales que afectan a su futuro: la regulación de la profesión, la aprobación del Estatuto del Periodista, la reglamentación de la mal llamada publicidad institucional (que no es otra cosa que propaganda política), y la creación de colegios profesionales verdaderamente eficaces. Pero, mientras tanto, la defensa profesional no debe quedarse en comunicados de denuncia empresarial condenados al absurdo de un bucle infinito. Y ni mucho menos en el silencio de CCOO y UGT, sindicatos que, además de padecer una mudez crónica, carecen de la estructura que garantice un mínimo de protección colectiva.
Asociaciones y sindicatos deben, en fin, ser conscientes de que existen resortes democráticos de protesta, existen formas de presión para que los empresarios y los gobiernos regional y central se impliquen decididamente en la salvación de la libertad de expresión, que es lo que realmente está en juego.
La profesión periodística es bella pero ingrata en Castilla-La Mancha; es la mujer fatal de un thriller en el que la víctima es el derecho (y el deber) de comunicar con honestidad y rigurosidad. Tengamos, de una vez, el cuajo de conquistarla… Y poseerla.
http://santosgmonroy.blogspot.com