Ver el mundo con otros ojos no tiene precio. Las repercusiones de esta tendencia generan una regresión de siniestros tintes en los contenidos de muchos medios de comunicación castellano-manchegos. El secreto está en la masa: la propaganda camuflada de publicidad. La información convertida en propaganda. Connecting people. La publicidad política como medio de neocensura, pero también como reduccionismo de la gestión pública, como maquillaje de la ineptitud. Qué menos que Monix.
El círculo vicioso es tan desquiciante que el ciudadano se ha convertido en un autómata de reflejos inducidos. Más bueno que el pan. Sometido al método Ludovico, como el protagonista de La Naranja Mecánica: el sujeto pasivo obligado a visionar imágenes, palabras y sonidos, con los párpados sujetos por garras metálicas mientras un operario solícito lubrica los globos oculares con colirio. I’m loving it.
El resultado es inmediato: la conducta es estimulada en un solo sentido, sin posibilidad de elección porque el mensaje es único. Piensa en verde. Al individuo se le escamotea la libertad de conocer. Te pique el bicho que te pique ponte Afterbite. Pensar con autonomía provoca regurgitaciones espantosas. Be water, my friend. Se estigmatiza a quien aporta información complementaria, un punto de vista diferente, o a quien esté simplemente amargado por la incredulidad. Porque yo no soy tonto.
El Estado, los gobiernos regionales y locales, alivian rápidamente los síntomas del resfriado con el turrón más caro del mundo. Manos blancas no ofenden, y no hay censura cuando es el propio medio de comunicación el que se muerde la lengua frente a la tarta publicitaria. Un poco de pasta basta, y todo se reduce a negocio, y todo a las cifras frías de un balance de cuentas construido sobre constelaciones de palabras, y todo a miríadas necias de códigos binarios y lenguaje htlm. Lo dulce nunca había sido tan bueno. Y todo, en fin, para engañar (engañarnos) al resto de la leva… Porque le va, le va, le va.