Erase una vez, hace ya muchos, muchos años, cuando transcurría la primera decena del año 2.000, que en un país de ensueño, en el que regían los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial y considerado como avanzado en según que clasificaciones, un pequeño “trasgu”, salido de algún bosque cercano, llegó a la conclusión, tras muchas jornadas observando, que SI era posible un golpe de estado en la sombra.
Así fue, como se auto-proclamó : “Elfo de la Desidia”.
Él, poseía una sonrisa corta y unilateral, de aquellas sarcásticas, propias de quien está seguro de vencer y permanecer.
Aquel amanecer, sentado sobre uno de los campanarios de la ciudad, observaba como su influencia gris, producto de sus matutinos vómitos, lo inundaba todo.
Los humanos, apagaban sus despertadores con rutinarios gestos, maldiciendo el nuevo día, la desmotivación se les dibujaba sobre la faz, mientras se afeitaban o maquillaban para acudir a sus anodinos trabajos, que les permitiría superar un micro-ciclo más.
Para sacar a sus hijos adelante -decían- un día más… y un día menos, resignados ya, a que el período concedido avanzaría hasta el final cual encefalograma plano, sin altibajos, sin sorpresas, salvo el temido despido o el cáncer de turno, contra los que ya se habían resignado a no luchar, por falta de armas.
El gran bombo de la lotería giraba sin pausa y de vez en cuando, de él asomaba un gran dedo índice que decía: ¡tú eres el elegido!
Y los demás, suspiraban mínimamente y seguían haciendo girar la noria, tras la zanahoria ya marchita y poco apetecible., pero aquel duende conseguía, que aun fuera un enorme premio por el que continuar el cansino paso, ya que “pagar la hipoteca” era la frase sagrada por aquellos años.
Ser propietario por fin, algún día, de aquel maldito agujero donde regresar tras la peonada, que les hacia creer, que al menos eran dueños de un hueco donde comenzar a ser enterrados, aun en vida.
Durante muchas jornadas, el duende reinó sin atisbo de rebeldía, sin sublevación alguna por parte de la plebe.
Pero una mañana, divisó una mancha de muchos colores, que chirriaban ante el anodino gris reinante. Con incomodo y perezoso gesto, envió el reojo hacia el antiguo Instituto Jovellanos, donde un grupo de personas, entrenaban, ensayaban, mejoraban, se imponían objetivos, metas a corto, se esforzaban en fin y aquello le molestó profundamente.
Aquel arco iris, no dejaba de ser un grupo de insumisos que no respetaban las reglas del sagrado e impuesto “dejarse llevar y sobrevivir sin ilusión alguna”.
Tecleó en su ordenador y los informes le fueron inmediatamente entregados: aquel colectivo de herejes, llevaban 10 meses preparando una obra de teatro y lo que es más grave aún: en su tiempo de ocio, sacrificándolo por tanto y esforzándose en aquellas horas, en las que deberían estar obligatoriamente en el sofá, mirando una caja que narraba la vida de los demás, de los protagonistas, de los que no eran simples zombis de pálidas caras.
Realmente preocupante.
Al frente de ellos, identifico al máximo responsable y por tanto culpable de tal fechoría: el director del grupo: el insumiso Ruiz de Lara.
Pudo comprobar que su látigo no finalizaba en dañinas estrellas de afiladas puntas, sino en cascabeles de diferentes sonidos: “puedes mejorar, yo lo haría así, inténtalo de nuevo, puedes y debes superarte, vas por buen camino, sabes hacerlo mejor, esfuérzate un poco mas, evolucionas a enormes pasos, créetelo, lo conseguirás con esfuerzo, así , así, vas muy bien, suda, esfuérzate, estalla de una vez, comete el escenario, dame lo que tienes dentro, memoriza, trabaja, machaca, saca la sangre, métete al público en el bolsillo, actúa, actúa y se feliz, eres carne de farándula, naciste para esto. GRITA, GRITA AL MUNDO QUE EXISTES Y QUE LUCHARAS POR MERECER UNA SIMPLE Y MUSTIA CORONA DE LAUREL, EN ESTE MUNDO APÁTICO E INCOLORO.
Alguien dijo alguna vez: ¿qué es la sociedad, sino que quien porta talento o pericia, lo ponga a disposición del resto para avanzar, progresar, prosperar o simplemente divertir? –remató el barbado dirigente-.
¿Cómo es posible – se preguntaba el duende- que además de ensayar, carguen ellos mismos el escenario, se desplacen sin importar el destino, actúen, se dejen la piel y la hiel en algunos casos, estén dispuestos a pasar por tensión innecesaria, a probarse a si mismos y los limites de cada cual… al día siguiente acudan a descargar el camión, montar de nuevo su escenario habitual, teñido de superación personal y apuestas contra si mismos y sin obtener beneficio económico alguno… sean capaces de continuar con la dinámica habitual, como si nada hubiera ocurrido, habiendo tocado cumbre el fin de semana anterior?¿Cómo…y por que?
Si dibujáramos la secuencia, dista mucho de ser plana. Los dientes de sierra avanzan “in crescendo”, ascienden de forma bestial el día de la representación ante el publico y la vuelta a la calma, también es paulatina.
¿Cómo se atreven a ejercer tal control sobre sus mentes, cuando lo que les está ordenado es justamente lo contrario: la economía de esfuerzo y movimiento no debiendo superar jamás el 5 “pelao” en cualquiera de sus actividades.
¡Tenéis que dar el mínimo de vosotros mismos, malditos…¿qué es lo que no acabáis de entender???-gritaba el duende-.
Lo que no acabamos de entender es … ¡tu existencia! – gritaron al unísono los acusados.
Una vez cargados los bártulos, comenzó el desfile, para lo cual miles de personas se arremolinaron junto al autobús que la empresa Alsa, desinteresadamente les ofrecía para el desplazamiento, considerándose dichosos y honrados por transportar a tales personas y personajes.
Dicha procesión la encabezaban Eurípides, Aristófanes, Esquilo y Sófocles, que conjeturaban sobre la mejor manera de anunciar el yogourt griego, para una empresa que les había contratado recientemente.
Tras ellos y dispuestos para cualquier papel, caminaban Demeneto, Filenia, Helena, Menelao, Teoclimeno, Lisistrata, Erotia, Taltibio, Hermes y Carion.
El siguiente grupo lo formaban los Zorrilla, Shakespeare Jonson y Calderón. Oscar Wilde, Lope de Vega y del Valle D. Ramón, que dialogaban sobre la suerte de un tal Cervantes, al haber perdido el brazo “no operativo” en la escritura.
Raudos y con larga capa, desfilaron un caballero de Olmedo, que ofrecía una botella de Ribera del Duero al concejal de cultura de Fuenteovejuna, interesándose el alcalde de Zalamea en procedencia y acidez de tal manjar, llegando los tres a la conclusión, que la vida solo es sueño… y los sueños, vida son y que el mundo un gran teatro, ¿o acaso non?
Julieta, preguntaba al publico por una peluquería para añadir extensiones a sus bellas trenzas y Romeo soñaba con una tienda de deportes para comprar guantes de escalada, pues los callos de las manos sangraban, tras tantas representaciones-ascensiones al balcón de su amada.
Tenorio, el Godo, con su inseparable puñal y Fiodor, el jugador, apostaban con Sancho sobre si D. Alonso se decidiría por Galatea o Melibea, una vez que Calixto se había hecho funcionario de aduanas en Andorra y que Dulcinea, había ingresado en un convento, para interiorizar el papel de Santa Teresa y debutar en el nuevo Jesús Super-Star, que habría de representar un verano cualquiera en el Festival de Almagro y Mérida, como disparo de “la” salida de la nueva temporada.
(Entiéndase “salida” como comienzo y no en otro sentido, si son tan amables)
Largo, casi interminable aquel desfile y por fin y ya cerrando, los elegidos para debutar hoy en el Filarmónica ovetense: el equipo “La Magosta”, con su texto debidamente interiorizado, parido por Nieva en corta pero fructífera visita a Galicia.
La alineación era: Lambriña, Donastiano, Lucenia, Isolino, Telares , Pizarroso y repartiendo el juego, sin lugar determinado en el campo: Magosta, aquella a la que todos veremos el culo, el último de nuestros días.
Los espectadores aplaudían rabiosos, ante aquel signo de rebeldía que tanto tiempo habían estado esperando y así fue como “Atrebil”, sembró la semilla de la liberación, de esfuerzo personal y la idea visceral: ¡sobrevivir no es suficiente, queremos mas, queremos vivir, ilusionarnos, disputar, avanzar, crear, pelear!.
El elfo, desesperado ante tal poder plebeyo, se supo destronado:
¡Malditos insumisos! –llegó a pronunciar, en caída libre desde el campanario de la Plaza del Parchis- a lo que añadió: Felipe Ruiz de Lara, ya que me venciste…¿no tendrás al menos un papel para mí? Yo también quiero sentirme ¡¡VIVOOOOO!!
¡Choffffff! –exclamó el asfalto, ante el choque con el trasgu y colorin colorado, el espíritu desidioso, pasota y resignado, desapareció de la faz de aquella ciudad, de la región, del país y todos y cada uno de los habitantes, se permitieron de nuevo soñar e intentar ya una vez despiertos, alcanzar aquello que su subconsciente había creado, mientras sus mentes eran libres.
AMÉN.