…mucha, mucha policía

Mucha PolicíaParece que el famoso estribillo de Sabina, con una intención cada vez más seria y no con la ironía usada por el cantante, viene siendo cada vez más repetido por colectivos de toda índole. Desde los médicos o los profesores agredidos por cualquier usuario que considera no suficientemente atendido su derecho a la sanidad o a la enseñanza  -se apoye o no esta consideración en razones más o menos reales y objetivas-, hasta los padres que temen por la integridad física de sus hijos en colegios e institutos, bien a causa de esa moderna plaga del buylling, bien por el acoso de pederastas o de “camellos” que pululan por los alrededores de los centros escolares; pasando por las posibles víctimas de la violencia de género o la demencia terrorista; los forofos de cualquier equipo de fútbol que temen las agresiones de los seguidores del equipo contrario; los árbitros, tantas veces en riesgo de linchamiento ante decisiones polémicas en el terreno de juego; los usuarios del metro, o simplemente los paseantes por vías poco transitadas, a ciertas horas o en determinadas zonas más “peligrosas” de las ciudades; los inmigrantes sin papeles o los mendigos que duermen en las garitas de los cajeros automáticos o en los bancos de cualquier parque; las personas, sobre todo los ancianos en peores condiciones físicas, que acaban de retirar del banco cierta cantidad de dinero…, y un larguísimo etcétera de toda esa violencia próxima y cotidiana en la que no incluyo la barbarie de las “guerras preventivas”, los genocidios a gran escala, las hambrunas provocadas por la especulación alimentaria… y tantos otras tragedias, algo menos cercanas, geográficamente hablando, aunque mucho más dramáticas.
Cada vez con más frecuencia nos vemos sacudidos por noticias tremendas de violencia desatada hasta límites incomprensibles (si es que la violencia puede comprenderse alguna vez), ejercida muchas veces sobre los más débiles: niños, mujeres, personas mayores… Cada poco tiempo los noticieros presentan episodios que parecen sacados de una película de terror: tiroteos indiscriminados contra gente muchas veces completamente desconocida para sus asesinos (el último y más espectacular, de momento, el de ese joven alemán de 17 años que ha acabado con la vida de doce personas); ensañamiento o abandono de bebés; violaciones que generalmente acaban con la muerte de la víctima a manos del violador; ajustes de cuenta entre mafias o bandas de delincuentes de todo pelaje.., en fin, el completo muestrario de los más variados horrores.  

Y yo entiendo que las víctimas, sus familias y amigos, clamen pidiendo justicia y exijan un castigo ejemplar para aquellos desalmados que les han causado un daño muchas veces irreparable. Pero me parece que deberíamos ser capaces de ir un poco más allá y preguntarnos por las raíces de toda esta locura. Porque.., ¿cuántos policías serán necesarios, cuántas cárceles más se tendrán que construir, cuántas leyes habrá que endurecer para que podamos sentirnos completamente seguros? ¿Alguien puede creer, de verdad, que ante una infección tan generalizada e invasiva puede ser suficiente un parche, una tirita, que sólo disimule un poco la enfermedad?  

En serio, no creo posible que puedan seguir en la inopia tantos sociólogos, politólogos, antropólogos y especímenes afines que, junto a periodistas, juristas y analistas de diverso pelaje y color pueblan las tertulias radiofónicas y televisivas, los foros de discusión y debate, los blogs, las páginas de diarios y revistas… ¿De verdad no saben o juegan a hacerse los tontos y a marear la perdiz? Porque, hombre, no me parece a mi que hagan falta muchos masters para entender un poco por dónde van –o mejor, de dónde vienen- los tiros, y nunca mejor dicho. A ver, si hay un “orden de cosas” (por no usar expresiones políticamente incorrectas) que lo subordina todo al beneficio escandaloso de unos pocos en perjuicio de la atención a las necesidades básicas de la mayoría (¿no es esa la más brutal de las violencias?); que, por la misma razón, crea apetencias continuas en la gente a través de una publicidad incisiva y manipuladora, apetencias para cuya satisfacción no siempre se dispone de los medios necesarios, lo que las hace precisamente más deseables a cualquier precio; que alienta el individualismo y la competitividad más feroces; que vende de todo sin importar las consecuencias o usos del producto vendido (armas, drogas de todo tipo, películas o videojuegos exaltadores de la violencia, coches de una potencia y una velocidad fuera de todo límite…)…, ¿qué podemos esperar de todo ello?

¿Por qué en este asunto de la violencia extrema –como en el de la famosa “crisis” que, además de económica y financiera, es también, como todo el mundo sabe, alimentaria, energética, ecológica y, en último término, ética- no se dice la verdad; esto es, que el modelo según el cual hemos organizado el mundo y hemos construido nuestras relaciones con la naturaleza y con los demás seres humanos tiene que ser sustituido cuanto antes al haber demostrado su inviabilidad y su perversión? Un organismo tan decrépito y enfermo merecería poder contar con doctores capaces de hacer un diagnóstico correcto -por mucho que pueda asustarnos el conocimiento de la gravedad auténtica del mal- con el fin de poder aplicar la terapia más conveniente y realista. Creo, sinceramente, que los síntomas de la enfermedad son ya tan alarmantes a todos los niveles que ignorarlos y esconderlos puede ser un verdadero delito. Y un delito de lesa humanidad.  

Pero parece que nuestros políticos, analistas, tertulianos y líderes de opinión de todo tipo y color siguen estando en su interesada y productiva inopia. Y animando a la gente a que consuma alegremente todo lo que pueda, a que pida más policías (o más “seguratas” para quien pueda pagárselos), más cárceles, penas más duras para los delincuentes (¡ojo!, sólo para los delincuentes de poca monta o los paranoicos a los que se les va la olla por exceso de presión) y otras tonterías por el estilo.

Ya digo.., una tirita contra el cáncer.

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