Invertir en infancia frente a la crisis permanente

Es difícil, y hasta nos produce una cierta pereza desde nuestra sociedad del bienestar, pensar que hay zonas y lugares que forman parte de nuestro mundo, en que lo primero que piensan los hombres y las mujeres cuando se despiertan es cómo llegar a finalizar el día cubriendo todas sus necesidades básicas. A las ONG, organismos de Cooperación y otros colectivos, nos ha tocado un doble papel, por una parte hacer de altavoces a una realidad que está ahí, señalando que hay millones de personas permanentemente en crisis y atrapados en el círculo de la pobreza y por otro, intentar recaudar los fondos necesarios para llevar a cabo los programas en los distintos lugares del mundo donde trabajan, donde trabajamos.
Hoy, con la declaración del milenio, firmada en el año 2000, tenemos una herramienta para ir observando y midiendo los ocho objetivos que se propusieron, que no son sino una serie de prioridades en la lucha contra la pobreza y en la defensa de los derechos humanos. Seis de estos objetivos tienen que ver con la infancia y los derechos que recoge la Convención aprobada en 1989 y que en 2009 cumple 20 años, y sus respectivas metas e indicadores, nos van dando una foto del momento en que nos encontramos respecto al año 2015.  

La infancia es mucho más que el periodo de tiempo que transcurre desde que nace una persona hasta que se hace adulta. Es un tiempo de juego y desarrollo que muchos niños no han conocido y el lazo que cierra el círculo de la pobreza en muchos lugares del mundo. Cuando una comunidad o población carece de alimentos, de agua, de saneamiento, el niño es el ser mas vulnerable.

Este año, el Estado Mundial de la Infancia que publica UNICEF, nos aporta datos sobre el cuarto y quinto objetivo de milenio, relativo a la salud materna y neonatal. Todos los años, más de medio millón de mujeres, mueren por causas relacionadas con el embarazo y el parto y casi cuatro millones de recién nacidos mueren durante los primeros 28 días de vida y millones más sufren incapacidad, distintas enfermedades, infecciones y lesiones, señalándonos que los esfuerzos realizados para reducir el número de muertes relacionados con el embarazo y alumbramiento ha sido menor que en otros ámbitos del desarrollo. Tener un hijo sigue siendo uno de los mayores riesgos para la mujer en muchos lugares del mundo.

Si el quinto objetivo del milenio es reducir entre 1990 y 2015 la mortalidad materna en ¾ partes, el progreso ha sido limitado y en el África subsahariana prácticamente nulo. Intervenciones clave para su inversión son la práctica de pruebas prenatales de detección de VIH, el incremento de personal sanitario en los partos, la mejora del acceso de la mujer a la planificación familiar o una nutrición adecuada, entre otras. Todo ello tiene que ver con la falta de respeto a los derechos de la mujer que se recoge en la Convención de 1979 ratificada por 185 países sobre la eliminación de todas formas de discriminación contra la mujer y también en la Convención sobre los derechos del niño. Por lo tanto vemos que estos compromisos no se están cumpliendo y   con consecuencia el  objetivo de reducir el índice de mortalidad infantil, tampoco.

Y es que la muerte de una mujer, es mucho más que la pérdida de un ser humano, es la pérdida de una educadora, de una trabajadora que muchas veces es la única que aporta un salario o el alimento a la familia, además de una reivindicadora activa por los derechos de su familia y entorno. Invertir en educación, por tanto, y garantizar que niños y niñas crezcan y se eduquen en igualdad de condiciones y terminen la enseñanza primaria al menos, es el método más directo para no perpetuar la pobreza (los hijos de de madres con una educación, tienen el 50% más de probabilidades de llegar a los 5 años) y nos llevará finalmente a una mayor protección frente al maltrato, la explotación, la discriminación y la violencia.

Es imprescindible que gobiernos, organizaciones, sector privado y personas comprometidas nos comprometamos y ayudemos de tal forma que nos permita salvar la  vida de las madres y aumentar la supervivencia de los recién nacidos. Invertir en infancia es aumentar el desarrollo humano y mejorar nuestro futuro colectivo.

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