Relato de invierno – La Lotería (10)

Relato de invierno - La Lotería (10)Manuel Valero.- El primer contratiempo fue nimio: tuvo que compartir el premio con el chófer que copió la combinación literal cuando la formalizó en el establecimiento de apuestas. Y esa mañana, claro, no estaba en su lugar de servicio abriéndole la puerta del coche para que el millonario no se herniara ante tamaño esfuerzo. Durante varios días, él que buscaba el refugio ante los medios de comunicación a no se que fuera para pompa y boato se convirtió en la carnaza rosa, del vaya tela marinera, no tiene ese señor dinero como para encima le toque la lotería, coño, es que a veces el azar se fija en quien no debe, a lo mejor es que le hacía falta para tapar agujeros, que los ricos nunca se sabe, y en este plan.

Sus empleados empezaron a manifestar su desapego, pues entre los mismos que eran miles, los había instalados y los había de sueldo raso que cada semana como corresponde a la liturgia obrera jugaban su papelito por ver si caía algo. A los quince días, su mujer, cansada de tanto aburrimiento, cogió a su hija y se fue a vivir a una casa que tenía a su nombre en Menorca con el pretexto de que quería alejarse de la bulla. La bolsa se desmoronó, y las finanzas entraron en barrena, la red de espías y sindicalistas proamo fue descubierta y desmantelada y se movilizaron en un descontento general, todo su imperio se declaró en huelga inapelable, los periódicos le descubrieron operaciones de mal cuño y como tampoco faltan los traidores en el teatro de operaciones, más de uno se fue con documentación sensible: aparecieron escándalos, conchaveos, apaños de precisión suiza, los impositores de sus bancos retiraron el dinero, el Gobierno le retiró su apoyo y también salieron al venteo amantes veraces o ficticias.

{mosgoogle}El imperio se resquebrajaba. Para colmo el voto de las elecciones que llegaron en plena decadencia le dio el poder a un Gobierno de izquierdas que decidió acabar con un tajo con el capital improductivo, hebreándolo a impuestos, a auditorias exhaustas y legislando duramente. En el curso de tres años, todo lo que poseía Roque Félix, inabarcable, se redujo a una simple buena renta y a un par de propiedades. Medio imperio se lo llevaron los abogados. Lo que le quedaba se lo jugó una noche en una timba de campeones que organizó en un nuevo rico. Se quedó sin dinero y lo que es peor, solo.

Una tarde que se encontraba dormitando su declive en un banco del parque, con el pergamino de su desdicha atado a su cuerpo como una maldición, creyó reconocer al hombre que se acercaba caminando plácidamente del brazo de una mujer. Vestía elegante pero tenía una pátina inconfundible de proletario. Delante de ellos olisqueaban dos enormes dálmatas que el hombre dominaba con esfuerzo. Era su chófer.

Se incorporó, ambos brazos extendidos hacia delante, las manos agarrotadas. Pero antes de llegar hasta su antiguo lacayo, se paró de súbito, se encogió sobre sí mismo y cayó al suelo de bruces. Cuando lo recogieron descubrieron el pergamino entre las ropas.

-¿Esto que es? Dijo uno de los sanitarios.

-Un papelujo, tíralo.    

NOTA.- Espero que este relato no os disuada de jugar a la Lotería de Navidad, porque no ha tenido otra función que entretener al personal. Aunque los vericuetos del azar son inextricables siempre viene bien un buen pellizco si quiera para pagar la hipoteca, el coche, las vacaciones, los estudios de los chicos y… todo eso. De modo que apuntad bien y jugad el número navideño de las bendiciones. Feliz Navidad a todos los colaboradores, compañeros, anunciantes (que los hay, pocos pero los hay) y lectores de Miciudadreal)    
Capítulo [9]

[Primer capítulo]

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