{mosgoogle}“Cómo es posible que la suerte premie a quien posee una gran fortuna si no es para iniciar su declive” “¿Pero qué estoy diciendo? Es imposible que eso ocurra, es imposible. ¡Por un miserable juego de azar! ¿Pero, y si… es un aviso? Dios mío, estoy perdiendo la cordura”.
Se dispuso a correr por el jardín para aliviar tensión; luego de cuatro vueltas recobró la serenidad. Telefoneó a Antón Asís. A la hora Roque Felix tenía en sus manos la carpeta con el pergamino original y las fotografías de lo que ocultaba.Acabó con sus elucubraciones y se dejó llevar por cierto optimismo: poseía un valiosísimo documento tal y como había prometido, el cual sería enmarcado convenientemente para ser colgado de una las paredes de su biblioteca.
El jueves lo pasó ocupado, atendiendo todos los asuntos, incluso los más intrascendentes, despachó con Antón, telefoneó, hizo llamadas personales a viejos amigos, se paseó por los departamentos, algo que no acostumbraba hacer salvo en Navidades, se interesó por detalles nimios que podían influir en la calidad del trabajo de sus hombres, que si una pared de un color es menos cansada, la distribución de las mesas. A una mujer embarazada le preguntó por el feliz día y el nombre que pondría a su retoño. Todo lo hacía ocultando una tensión infinita. El terror le iba trepando por dentro.
Capítulo [7] – [9]