{mosgoogle}En el curso de una de las habituales e interesantes, de tanto que aburridas, veladas hablando de Arte que Roque Félix organizaba en su casa con lo más principal del país se habló del pergamino perdido del Rey Alfonso que había sido descubierto durante las obras de restauración de una casa noble de León, cuyo dueño andaba en las últimas, por lo que no tardó en poner el hallazgo en manos de un célebre anticuario alemán que lo sacó momentáneamente de los aprietos económicos con el convencimiento de que la inversión le sería devuelta con creces. Desde ese momento, Roque Félix prometió a sus contertulios que se haría propietario de ese fragmento de poesía medieval o dejaría de considerarse un Félix. Además el contenido oculto del pergamino le daba cierta emoción a la operación, pues eran pocos los que conocían que la lírica alfonsina estaba escrita sobre algo anterior que fue estampado en el mismo pergamino pero que fue borrado para poder reutilizarlo. Los Reyes poetas ahorraban en papel.
El pergamino se subastaba en Lisboa y el alemán esperaba su turno. El inicio ya cuadriplicaba el precio que le pagó al noble arruinado de León.
La misión, pues, fue sencilla. Sus representantes volaron a Lisboa, se dirigieron al salón de subastas, gritaron un precio de escalofrío cuando la cosa se ponía aburrida, lo que originó el asombro de los corredores y expertos, que participaban en la puja, y le trajeron a Roque Félix esa misma noche el misterioso palimpsesto. El hombre sobre cuya cantidad pujaron los hombres de Roque consideró aquella desmesura una afrenta y abandonó la sala enojado y musitando maldiciones en portugués.
Cuando las luces de la ciudad comenzaban a rutilar en el horizonte violáceo del crepúsculo, el magnate llamó a su hombre de confianza para que le hiciera llegar el ansiado códice a un prestigioso hermeneuta, dotado de la más sofisticada tecnología para desentrañar los secretos de los objetos de Arte. Le dio instrucciones para que el pergamino fuera trasladado al Laboratorio del analista, Juan Arcano, con todas las garantías de seguridad. El señor Arcano ya estaba informado al respecto, le dijo. Insistió en que tanto la casa como el laboratorio del analista estuvieran discreta pero fuertemente vigilados.
Antón Asís asintió y se dispuso inmediatamente a cumplir las órdenes del jefe. Los expertos de Lisboa le hicieron llegar a Asís, que aún permanecía en el búnker de negocios de Félix, el poema de Don Alfonso, bien guardado en un maletín de combinación y dio las instrucciones pertinentes para que se cumpliera todo.
El brazo derecho Félix elogió las ganas del multimillonario de hacerse con esa joya medieval y aduló sin recato sus inclinaciones artísticas, si es que la posesión del Arte significa tener inclinaciones artísticas. Pero las alabanzas de Asís no aquietaron su trémula mano con que agarraba, sin saberlo, el vulgar boleto de la Lotería Primitiva. Cuando colgó el teléfono estaba nervioso y con el presentimiento de que algo iba a suceder.