Siempre me he preguntado si un mayor o menor compromiso político con un determinado partido influye a la hora de elegir a los amigos. Dando por bueno que la amistad está por encima del pink con que adornemos la solapa, y ahora que están recientes congresos varios, me asalta la duda de si la trinchera ideológica de los congregados se queda en eso, en mera celebración y confesión programática y luego, claro, en el trabajo político que es necesario desarrollar para conseguir los frutos de un proselitismo activo o, por el contrario, esa frontera que diferencia a unos de otros permanece altiva y activa en todos los órdenes de la convivencia.
{mosgoogle}Concluido el congreso de JJSS, regreso a la tesis inicial. ¿Los chicos y chicas de JJSS, tienen amigos/amigas en NNGG o los consideran a todos neofachas nostálgicos? O viceversa con la consideración resultante, claro. ¿Los jóvenes de NNGG cuentan entre sus íntimos a muchachos y muchachas de Izquierda Unida o los tienen por rojos caducos de la peor ralea? Digo esto por la percepción, quizá equivocada, que ofrecen los dirigentes políticos y, sobre todo, sus organizaciones juveniles en las que paradójicamente parece más evidente un cierto sectarismo: nosotros somos los guais, ellos son los malos y al enemigo, o sea al no-amigo, ni agua. Sería un toque de modernidad y tolerancia comprobar que por ejemplo entre el círculo de amistades de los dirigentes populares hubiera socialistas o al revés, o que entre la pandilla de los líderes de sus organizaciones juveniles se entremezclara una amistad sin amarras sin que tal cosa contamine los principios de cada cual. Porque lo contrario, amigos de la misma cuerda, se me antoja que debe ser aburrido y pesado por cuanto es inevitable prolongar en otras facetas de la vida el sinuoso ambiente orgánico. Con un amigo correligionario es fácil retomar la conversación política y hablar de lo hablado cien veces, pero con un amigo adversario-enemigo puedes tratar de convencerle de su error, o correr el riesgo de que ocurra al revés. O mejor, no hablar de ello. Obviamente se pueden tener amigos, muy amigos que lo son de partido y… más allá. Pero pensar que la política obliga por las circunstancia a amigos estrictamente correligionarios resulta abrumador. Es mucho más confortable y tolerante dejar que las amistades se entrecrucen solas y se consoliden de manera natural sin poner más cortapisa que el desinterés mutuo. Porque al fin y al cabo antes que cualquier cosa somos personas y las empatías personales se escapan a la filiación, sin contar que es en casa donde dicen los estudiosos de la cosa están los verdaderos enemigos.
En fin, que me temo que entre los bandos varios abundan quienes no se tragan ni para ir al cine, salvo excepciones. Que las habrá, seguro, mucho más incorrectas, pero mucho más interesantes.