Así que llegó agosto con su primer día de verano nuevo, tan transparente y claro que hasta el aire parecía hacerse visible entre ráfagas de brezo y el olor húmedo de los arbustos del cantil.
{mosgoogle}Tenía abierta la puerta y las ventanas y no había rincón de la casa que no estuviera iluminado por la luz de aquel magnífico día. Una brisa apenas imperceptible bamboleaba con suavidad los bisillos y alejaba hacia los espacios abiertos del prado el ronroneo de un gato satisfecho. Canturreaba la señora Rábago, cuando fue interrumpida por la sinfonía de un cláxon de fanfarria que asustó al gato que huyó a refugiarse en otro lugar.
-Ya están aquí – dijo en voz alta. Y salió a la puerta a recibirlos.
Del coche saltaron los niños que se fueron corriendo hacia ella. El pequeño Álvaro la besó con dulzura, Luis un poco a la retranca con la mirada huidiza, y Alba dando saltos de alegría.
– Mi niña, estás preciosa – dijo retirándola de sí para verla mejor- ¿Y vosotros habéis cumplido en el colegio?. Mira que no quiero zoquetes en mi casa, ¿eh?
-Señora Rábago, ya tenía ganas de respirar el aire del Cantábrico –vociferó Gregorio mientras abría el maletero y cargaba las maletas como un estibador.
Aurora se acercó con familiaridad a la señora Rábago, la besó en las mejillas con elegancia y le tendió un paquetito.
-Esto es para usted doña Aurelia.
Era una coqueta pulsera de plata.
-Oh, muchas gracias, Aurorita, ¿qué tal el viaje?
-Un poco de calor pero bien, doña Aurelia. Luego cerró los ojos, respiró profundamente y se empapó del día – Cada año está más bonito este lugar, espero que se mantenga así, salvaje, hermoso, libre…
-No sé, no sé, que anda un constructor de la ciudad en negocios con el alcalde que quiere hacer un hotel a la entrada del pueblo… Pero, venga pasad, tengo bebidas en la nevera.
Los chicos salieron todos disparados hacia sus habitaciones mientras Gregorio avanzó como un titán hacia la que compartía con su mujer, una habitación grande orientada al mar con muebles antiguos pero bien cuidados, un poco a la moda rural que ofrecen las agencias de viajes. Cuando llegó a la puerta la abrió de un puntapié con tanta fuerza que los cuadros oscilaron sobre la pared.
-Bien, ya estáis aquí- suspiró feliz la señora Rábago moviendo la cabeza cuando los cuadros volvieron a su reposo…
Cuando se quedó a solas con Aurora le dijo:
-Aurorita querida, espero que no os molestéis pero la casa es muy grande y me temo que vais a tener que compartirla con un nuevo inquilino.
-¿Un nuevo inquilino?- preguntó Aurora, más curiosa que molesta.
-Era un amigo de juventud de mi marido. Seguro que lo conoces porque es un compositor muy famoso…
-Bueno, eso es un lujo, tener de huésped a toda una celebridad. ¿Y quién es?
-Adivínalo…
-Vamos a ver, ¿Agustín Lozano? no ése es un sacamantecas comercial más hortera que las estampas… ¿Hipólito Sánchez? No… demasiado importante, demasiado rico y… demasiado famoso…
-No es ése tipo de música la que compone nuestro nuevo huésped, querida…
-¿No será Alfonso Liébana?-
La música era una afición compartida de los Tena, cada cual a su manera. A Aurora y su hija Alba les gustaba la música clásica y la muchacha había estudiado solfeo y piano pero los abandonó por una adolescente aventura amorosa. Tampoco desagradaba a Gregorio, sobre todo las partituras más conocidas. De joven, como casi todos los de su generación, había pretendido arreglar el mundo a base de acordes. Como buen beatlemaniano, catsetiveniano y simongarfulkiano conocía hasta donde pude conocer un aficionado impenitente los secretos de los acordes fáciles. En definitiva, la música era para los Tena un placer común que incluía a los chicos seguidores acérrimos de los grupos más gamberros.
-¡El mismo!
-¡Qué alegría! ¡Chicos, Gregorio, venid, venid!- gritó dando palmadas con la marcialidad de las enfermeras.
Todos acudieron de inmediato.
-Adivinad, quien va a venir a vivir con nosotros estas vacaciones.
-No sé, tu prima Mari- dijo Gregorio con su primera risa como si hubiera contado un chiste…
-Batman –respondió indiferente Luis.
-¿Quién es mamá? Venga dilo ya… –le rogó Alba.
-Alfonso Liébana, el compositor y director de la Orquesta Sinfónica Nacional…
-Venga ya –terció Gregorio.
-Así es – aseveró la señora Rábago-. Espero que perdonéis este contratiempo pero me rogó que lo aceptara la semana pasada y no tuve valor para negarme ni tiempo de avisaros. Quiere este entorno para acabar su nuevo trabajo, lejos de la ciudad, los ensayos, los conciertos y la tele. Eso me dijo.
-¿Le gusta pescar?- preguntó Gregorio- Porque si es así encantando.
-¿Y cuándo llega? –se interesó Aurora.
-Pasado mañana –dijo la señora Rábago…