Letras Coladas: Diría Wilde

Oscar WildeManuel Valero

Hay una vieja costumbre, o sea, ley, que condena a la pérdida el libro prestado, pero ¿qué mejor destino del ejemplar que se presta? Incluso, un tipo como Oscar Wilde, diría eso de: francamente, señor Brody, detesto a quienes piden que los libros prestados les sean devueltos. Como si el ejemplar no estuviera en buenas manos o como si temiera el prestamista no volver a ver su lomo ilustrado en el anaquel de la biblioteca.

– A lo mejor es una obra de especial significado para quien lo da por un tiempo.

{mosgoogle}- Esos no se prestan jamás.

 ¿Y qué más diría, Wilde: pues que  una vez leído, el libro se queda con nosotros para siempre.

También diría: hay libros que se leen sólo una vez con tal impacto que es como si lo estuviéramos leyendo de continuo y hay libros que vas olvidando los párrafos a medida que los lees. Sin embnargo, los libros más tristes no son los que no se han leido nunca, que ahí  están con su virginidad silente, esperando el día en que el dedo selector se detenga en su lomo y lo extraiga de la biblioteca, no. Tampoco, como es obvio, el que se ha leído y vuelto a leer. El libro más triste es el inacabado por el lector. Cruel paradoja,  porque el libro -diría Wilde,- que no acaba el lector es un trabajo inconcluso, como si el esfuerzo del escritor viniera a darse de bruces con la implacable indiferencia del lector. Claro que a veces es el lector el sufrido cuando se empecina en remontar páginas para no perecer en el intento de leer un libro que le han dicho que es muy bueno, que es lo peor que le puede pasar a un libro bueno.

– Si le recomiendan un libro diciéndole que se trata de una obra interesante como quien se toma una taza de té, hágame caso, señor Brodi , no lo lea, posiblemente se trate de una novela, pongamos por caso, tediosa y aburrida. Los buenos  libros sobreviven a los críticos y jamás se aconsejan sino para denostarlos. Luego están los libros pretendidamente buenos de los escritores pretenciosos, escriben para ellos mismos, con el convencimiento de que han creado un nuevo Quijote.

– ¿Usted no aconsejaría ningún libro, suyo? -señor Wilde.

– Eso es lo más espantoso de todo, como quien pone su fotografía en la portada de la obra. Me parece de una mediocridad insufrible, tanto como quienes necesitan tres metros de solapa para redactar los premios que han conseguido. Los premios, ah, los premios…

– ¿Usted no tiene ninguna distinción?

– El de mis lectores, amigo, ese es el mejor premio y a juzgar por la buena salud de mi editor, no deben faltarles. El verdadero lector, por cierto, no pide fiado un libro: lo compra.  Y esa es la mejor tropa con que contamos los escritores: mucha tropa compradora.

– Se ha acabado el Jerez, señor Wilde…¿Le sirvo otro?

– Por favor…

– ¿Y ese retrato?

– Es de un amigo que conocí en El Cairo comparando las alturas de las pirámides. mientras navegábamos por el Nilo. Es inmensamente rico, tanto, que cada vez ama más el dinero. Siempre que contemplo el lienzo me inspira algo, no sé. Lo veo decadente, con un dizque de diabólico, es como si tuviera atrapada el alma de mi amigo.

– ¿Y cómo se llama su amigo, señor Wilde?

– Gray, Dorian Grey… Dicen que en persona está más joven, tiene mejor aspecto que en el retrato. Intuyo que ahí hay una buena historia… Ah, y confío en que cuando la edite la adquiera usted y no la aconseje. ¿Verdad, señor Brodi? Prométame que no la aconsejará a nadie más que a sí mismo…

– ¿Cuándo la escribirá, señor Wilde?

– Ya lo he hecho…

-¿Y como es?

– La historia es malísima pero el libro es… genial.

-Salud.   

Artículo anterior
Artículo siguiente

Relacionados

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img