Sería pretensioso que yo viniera ahora a dar doctrina nueva sobre un asunto que está más claro que el agua, y nunca mejor dicho, porque me refiero al agua y a la necesidad de una política hidráulica eficaz, debido, fundamentalmente, a la pertinaz sequía que nos viene azotando.
{mosgoogle}Quiero con esto decir que tengo clara la conciencia de que mi voz es una más entre las miles de voces que están clamando contra el desgobierno que supone la pésima política hidrológica del PSOE, o, mejor dicho, de Zapatero, su máximo dirigente, porque no puedo creer que todos los socialistas estén de acuerdo con su presidente.
Lo que se está repitiendo hasta la saciedad, y lo que voy a repetir, es que la iniciativa del trasvase (desvío, conducción o aportación hídrica por excedente, llámese como se quiera) de agua del Ebro a Barcelona, es una grave ofensa a todos los ciudadanos que no vamos a disfrutar de las simples “geniales ocurrencias” de Zapatero, y lo peor es que no se trata, como en otros gestos a los que nos tiene acostumbrados, de simples “geniales ocurrencias”. La cosa huele mucho peor. Se trata nada menos que de un ignominioso pago de factura por los favores electorales que Zapatero ha recibido de sus compadres catalanes. La cosa es para llorar.
Los ciudadanos castellano manchegos debemos saber lo que realmente está ocurriendo con el agua de España, y nuestro presidente regional, José Mª Barreda, tan populista como su predecesor, pero con menos labia, que se envalentona cuando no hay peligro y se calla sumisamente cuando llega la hora de la verdad, tenía que dejar sus proclamas numantinas y no permitir que con la resonancia mediática del trasvase del agua del Ebro a Barcelona se distraiga la atención hacia el problema que permanentemente nos afecta, que no es otra cosa que, cada vez que sus compadres de Madrid lo consideran oportuno, el agua de nuestros pantanos se va para Levante.
Barreda, que se calla para no desairar a sus compadres del Gobierno central, permite las sangrías que van dejando secos a Entrepeñas y Buendía, consiente que nuestras aguas se vayan a otras tierras, mientras que a los agricultores de la región les cierra sus pozos, queriendo taparles la boca con un puñado de euros. Dice que el trasvase para Barcelona es agua para beber, y yo me pregunto: ¿por qué apela a una solidaridad que no tiene el coraje de exigir cuando somos nosotros los que la necesitamos?
A ver cuando se entera de que la situación de España no se arregla ni con un trasvase ni con un trasvasillo, sino poniendo en marcha un plan hidrológico de envergadura que permita que el agua vaya de donde sobra a donde falta. Un plan hidrológico como el que proyectó el Partido Popular y que Zapatero arbitrariamente desmontó.
Lo grave es que mientras aquél estaba financiado por la U.E. e incluía el trasvase a Barcelona, las obras e instalaciones necesarias ahora las vamos a tener que pagar los españoles.
De humillación para la democracia es pagar la factura de unos pocos votos con unos hectómetros cúbicos de agua, pero me temo que, viendo lo que estamos viendo, y viviendo lo que estamos viviendo, esto no es más que el principio de la cadena de desgobiernos que se nos viene encima. ¡Qué cuatro años de pertinaz sordera se nos vienen encima!