Hace unos años, un día cualquiera. Franmelón dedicó una mirada asesina a su móvil que no cesaba de sonar. Estaba en la ducha. Por un momento pensó no cogerlo, pero la insistencia del zumbido venció.
Hola ¿cómo estás? oye, te llamo del pueblo.
Bufff…¡te temo! ¿murió alguien?
Doña Mari Carmen Hernandez.
…….-silencio-
¿Sigues ahí?
…sí… sigo aquí… sí, pero… así, ¡ de repente!
Bueno, esa pregunta prefiero no contestarla.
Ya… adiós, gracias por llamar.
Aún empapado, se apoyó sobre el lavabo del vestuario masculino. Inspiró profundo. El aire viciado del gimnasio, olía a noticia no deseada. Las gotas de agua, provenientes del cabello, se deslizaban al lado de unos ojos cuya mirada estaba perdida, estaba ausente, rebobinando en su cerebro.
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Se encontró otra vez con su cuerpo de niño, en un patio oscurecido por un gran toldo que aniquilaba la excesiva claridad. Cuatro palmeras enmacetadas y amarillentas vivían allí, el chico paseó la vista, hasta que en la diagonal izquierda divisó el núcleo de su interés … la clase.
Entró en el habitáculo y apreció con su diestra la suavidad de los pupitres, ausentes de personalidad, por estar vacíos, inertes. Sobre ellos se divisaban trazos, que hablaban de las primeras historias de amor de los alumnos…¡ el silencio lo envolvía todo!.
La pizarra verde, delataba el tema tratado en la anterior clase. La letra era inconfundible, redonda, continúa, sin levantar la tiza. El niño, sabía quien era la autora. Se sentó en uno de ellos, produciendo un quejido del viejo asiento y… divisó a su profesora sentada tras su mesa. Ella no parecía ser consciente de la presencia del chico, que una vez mas dirigió su mirada a las manos de la mujer, finas, de largos y delgados dedos, manos prematuramente envejecidas a causa del polvo de la tiza, su herramienta diaria durante tantos años.
De pronto un grupo de niños y niñas entró corriendo en su busca. Sus caras estaban pálidas. Ella se levantó tranquila y preguntó el motivo de la desesperación infantil….
¡ a ver , tu misma, cuéntame despacito y tranquila que ha pasado!
Es que Caín mordió a Mariapi. Se escapó y la mordió. La profesora, dueña de un autocontrol anormal , a juicio de los niños, se acercó y analizó la herida. Los gritos de la niña, rebelaban aún el terror que había pasado. La profesora miró fijamente a los ojos de la pequeña y pudo ver a cámara lenta, cómo los alumnos dibujaban un abanico frente a la casa, tras la que el buldog ladraba sin cesar.
Se divertían, sabían que la puerta era un seguro de vida, pero, en un segundo la hoja se abrió, apareciendo las mandíbulas hambrientas de sangre joven del asesino. La saliva caía de su boca y corría sin rumbo, hasta que apuntó. Centró a la niña en su entrecejo y ya el animal sólo la divisaba a ella. El resto de los crios, estaban subidos a las ventanas de la UP, alguno había llegado al balcón de Carmona, a través de la ventana, y otro alcanzó los canalones de Serrano, agarrándose a las paredes con las uñas. Pudo ver claramente, cómo el pie de la chica, desaparecía en la boca del can. La veterana profesora sabía que podía ser grave, pero lejos de unirse a los nervios que ya para entonces dominaban el patio le dijo:…¡está bien que llores para echar el susto fuera!, pero estas heridas demuestran, que tu eres más fuerte que las mandíbulas de Caín, apenas tienes unos arañazos.
Además estas cicatrices, te servirán siempre para contar a tus nietos la historia que te acaba de pasar. La niña, en realidad, tenía los colmillos del perro marcados por entero y a una profundidad preocupante, pero se dejó llevar por el optimismo de la profesora y el llanto cesó.
Fue como el beso de las madres , cuando somos pequeños…¡el bálsamo prodigioso! Y todos entraron en clase de nuevo, "pensad en esto -decía- había escasísimas posibilidades de que el “Titanic”, se hundiera, pero según cuenta la prensa de la época, un periodista excesivamente eufórico dijo durante su botadura ¡con éste no puede ni Dios!… y no digo yo que fuera por esta frase, o no, pero…¡pudo ser! –
La religiosidad de la profesora flotaba en el ambiente, ante los ojos atónitos de los alumnos-.
… Y mira que era grande y estaba dividido en compartimentos, para que jamás pudiera hundirse…¡pero se hundió! -proseguía-.
¡Hala, cinco minutos para ir al baño !…
y según corrías, para coger el primer puesto ante el barranco para "desaguar" y según competías con Bernardo Hervás, a ver quien meaba mas lejos, dejabas escapar un: ¡joer con el Titanic , macho!… a lo que el otro contestaba desde el metro ochenta en el que habitaba, con ronca voz…¡anda que si pillo yo al periodista ese, le arreglo la cara!¡ Pues menudo barco era ese…y menuda banda sonora!
Las hojas del calendario iban cayendo y la profesora formando a los pupilos año tras año…"¡tenéis que estudiar, para no depender de nadie en el futuro, tanto los chicos como las chicas. Fijaos en "el Manquillo", fijaos en Juli Aranda -decía- ahí tenéis un ejemplo, en los que ver cómo el esfuerzo mueve montañas. Fueron alumnos míos y los quiero como a hijos, ¡ellos solitos se hicieron el futuro con su tenacidad… "!
Algunos ex-alumnos , ya destacados universitarios, la visitaban cada vez que volvían al pueblo y eso la hacia enloquecer. No era de sonrisa fácil, pero cómo agradecía el agradecimiento de los agradecidos.
Una vez hubo actuado como lanzadera de cientos de jóvenes, rescatándolos a algunos de las labores de campo de por vida ,visitando a los padres para que dejaran al alumno continuar…¡por que tiene posibilidades… porque vale!-decía- a unos serios progenitores que ya habían hecho planes para que la próxima vendimia, el crio ayudara a la economía familiar, un día digo, llegó un tractor y se vengó. De la forma más absurda…¡se vengó!
Otra vez la clase vacía, el silencio, el pequeño, vió a la profesora levantarse muy, muy despacio, miró los pupitres, miró su mesa, se quitó las gafas y limpió sus cansados ojos. Se dirigió a la pizarra y escribió… ¡Adiós, lo hice lo mejor que supe, puse mi alma en ello!
Acto seguido, salió al patio donde su imagen, se fue difuminando y las palmeras abandonaron su sequedad y tornaron en un color verdoso, como jamás hubieran soñado. El chico se dispuso a marchar y al atravesar el espacio entoldado, testigo de tantos recuerdos, se acercó a las palmeras y notó que incluso olían, olían como…
¡a polvo de tiza!
FIN
A María del Carmen Hernández Calvo con todo mi aprecio