No quisiera ofender a nadie citando a don Carlos Marx, pero Marx escribió algunas cosas que aún son citables y aplicables, por ejemplo dijo: «… los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo».
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Carlos Marx descubre el mundo como colectividad, dónde la libertad de la persona es inatacable, formando un difícil nudo entre sociedad como conjunto de individuos que aspiran, en comunión indisoluble, a un devenir más igual y más solidario y la propia libertad como esencia congénita de la persona humana. Marx, al contrario, de lo que se ha venido diciendo y haciendo, aprovechando sus teorías, no es un “colectivista”. Su pensamiento es un cántico inacabado al ser humano como persona y como elemento indisociable e integrador de la sociedad.
Me gustaría ser un filósofo marxista para explicar sin tibiezas y con argumentación ensordecedora que vivir cada día es un acto fraterno, una cabal “desmesura” ,que nos lleva y nos trae a la pacífica vivencia de sentirnos embriagados de justicia; aunque sé que a lo máximo que puedo aspirar es a ser un adicto a la vida, con un cociente intelectual no muy elevado y al que, simplemente, no le gustan muchas cosas que le rodean, entre las que se encuentra esa secta que llevó gente a la hoguera por diferencias ideológicas, que nos impuso su credo durante décadas y que tiene autoridades elegidas autocráticamente, democráticamente muerta, con prelados cuestionados seriamente por su conducta sexual, y todo ello coronado con una postura política reaccionaria, fieles herederos de Torquemada que aprovechan cualquier momento y ocasión para soltarnos su amoral discurso alarmista que nubla la razón y acojona el corazón.
Conozco el daño terrible que hicieron y siguen haciendo. Por mi edad fui educado en aquella España en la que todos éramos rezadores por obligación bajo toda clase de hostias. Daños que no se borran pidiendo disculpas cada tres o cuatro siglos. Alguien podrá calificarme de resentido y acierta, resentido e incapaz de perdonar, sobre todo porque quieren seguir manteniendo a un país entero en la superstición, el fanatismo y la ignorancia, vinculando la defensa de sus privilegios a la libertad, sometiéndolo en la apatía y el miedo, eso sí, con la expresión siempre velada tras una estereotipada sonrisa seráfica que muestra, si sabes mirar, unos afilados colmillos.
Crear opinión nunca ha sido un hecho pasivo ni inocente y más cuando se hace en nombre de alguien muy poderoso. No se es inocente cuando a las personas se les habla con un furibundo y dilatador discurso en lo que, arropándose en cielos e infiernos inventados, se pretende la docilidad y mansedumbre de los escuchadores
Me hubiese gustado ser un filósofo marxista para decirle a la “irreverente” beatitud que la libertad es nuestra, de todos y de cada uno de nosotros. Que no existen cielos e infiernos más allá de la tierra que pisamos a cada paso que damos y en cada acto que esculpimos con los cinceles que nos dotamos.
Por desgracia para mí no soy un filósofo marxista y sólo puedo decir que veo cosas a mi alrededor que no me gustan, que me apenan, que me roban a plena luz esta catarata de pasión doliente de mis pasos firmes y de mis actos inacabados. Cada día me roban un poco más…., y un poco más. Y me asusto porque intuyo que no se abstendrán hasta que mi pensamiento esté encharcado en la duda, en el maniqueo soniquete que rompa mi cerebro en mil pedazos de palabras inacabadas, yermas, estériles, angustiadas.
Por desgracia sólo soy un adicto a la vida, a la libertad, pero con un coeficiente mental no muy elevado, lo que me impide “embaucar” a la gente en los bienes supremos de la justicia social, la fraternidad y la bondad.