Niño negro, ángel negro, en cuya piel late la inmensa noche del desierto. Una mirada de abisal tristeza, hundida en un mar de generaciones marcadas por la guerra, el éxodo y la miseria. Sólo es un niño, una esperanza, y sin embargo nació maldito, estigmatizado por la crueldad y la avaricia. Es el hijo hermoso de la pobreza, de los desheredados del Sahara que aguardan en el infierno estival de Tinduf.
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Quizá este niño y otros como él ya no quieran crecer, a la espera de que llegue un nuevo verano que les rescate de Tinduf y les descargue una vez más en un aeropuerto español. Quizá estos niños, intermitentes huéspedes del cielo, ya sepan que los años les alejarán de las entreabiertas puertas del primer mundo, que la adolescencia les condenará a no ser ya amparados, que la juventud y la desesperación les convertirán en carne de pago arrojada sobre una patera en el vacío del mar.
Ángeles de piel negra sin cielo. Cielo de piel negra bajo el recuerdo de Tinduf.La madre saharaui, en un gemido opaco, embarca todo su amor y todo su dolor.Tinduf, refugio de los sin cielo, de los apátridas, de las pieles escarchadas de escarnio sobre un pacífico suspiro.
Omar, ángel negro, niño negro, recuerda Tinduf y a la madre saharaui, mientras el cielo que lo acoge se engalana y muestra con renglones de pasión las semillas cautivas del amor y la bondad.
Piel negra bajo el cielo español y un hermoso recuerdo que contará a su familia bajo el sol primigenio del pedregal, donde mora un niño saharaui de ojos negros con hechizos de injusticia.
Y, al final, todo seguirá igual: pobreza, dolor de bandera sin patria, una jaima deshilachada como aposento y una madre saharaui prisionera de su amor.