El pasado 15 de junio, celebrábamos el trigésimo aniversario de aquel histórico día en el que los españoles acudíamos a las urnas para elegir a nuestros representantes en las Cortes Generales de España. Muchos de nosotros, jóvenes de aquella época, acudíamos ilusionados a votar con el convencimiento de que ese día marcaba un antes y un después en la Historia de España.
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Y fue, precisamente esa sensación la que nos llevó a muchos de nosotros a implicarnos de forma más decidida en la política como expresión de nuestro compromiso hacia, por y para los demás con el objetivo de que esa recién nacida y titubeante Democracia en aquel entonces siguiera creciendo y avanzando con paso firme y decidido hacia el futuro.
Hoy, treinta años después, esos jóvenes de entonces que ya peinamos, o mejor dicho, pintamos canas, pero que seguimos manteniendo esa misma ilusión, comprendemos la verdadera magnitud y el valor de esas primeras elecciones democráticas que fueron fruto de una Transición política que ha sido reconocida a nivel mundial como el mejor modelo de convivencia que haya existido nunca en cualquier otro país del mundo.
Una Transición que fue posible a que todos: políticos y ciudadanos, con Su Majestad el Rey a la cabeza, independientemente de nuestra ideología, supimos hacer del consenso y la generosidad nuestra bandera como únicos principios que iban a hacer posible que el cambio, no exento de complicaciones y dificultades, saliera adelante. El consenso porque era evidente que todos los que participábamos en el proceso debíamos alcanzar la mayor unanimidad y unidad posibles y la generosidad porque todos entendimos que sólo cediendo cada uno en la parte que nos correspondía era posible alcanzar ese consenso absolutamente necesario para que España avanzara por el camino de la Libertad y la Democracia.
El consenso, como digo, fue entonces la pieza clave que encerraba en sí misma la grandeza del cambio que hicimos posible todos los españoles y españolas y debe seguir siéndolo si queremos que la libertad, el respeto y la tranquila convivencia de los que hemos disfrutado durante estos treinta años sigan presidiendo nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos.
No obstante, a lo largo de estos tres últimos años, muchos de los que vivimos en primera persona aquel histórico día y aquel histórico cambio, sentimos una preocupación justificada a la vista de ciertos acontecimientos que han hecho tambalear los pilares sobre los que se construyó la Transición Española, la promulgación de la Constitución Española y la creación de la España de las Autonomías que, hasta nuestros días, tan buen resultado han dado para el bienestar de todos los ciudadanos de España.
El Pacto de Tinell, por el que “democráticamente” se deja al PP (que representa a diez millones de españoles) fuera de cualquier acuerdo; la aprobación del Estatuto de Cataluña, que quebranta los principios de solidaridad e interterritorialidad en los que se basa la España de las Autonomías; la Ley de Memoria Histórica, que vuelve a hacer sangrar viejas heridas que había costado mucho esfuerzo curar y la ruptura del consenso en temas de Estado fundamentales como el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo son sólo algunos ejemplos de la política llevada a cabo desde 2004 por el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero con los que se está poniendo en juego ese consenso que tantos nos costó a todos alcanzar en 1977 y que ha servido de ejemplo a nivel internacional.
Precisamente en estos días y como homenaje a aquel espíritu que presidió las Elecciones Generales de 1977 y a aquellos hombres y mujeres que las hicieron posible es necesario que el Gobierno recapacite, reflexione y vuelva a recuperar el consenso como principio básico sin el cual la Democracia pierde gran parte de su sentido. España, que ha sido una nación modélica en la Transición, lo merece.