El paisaje actual se debe a siglos de presencia del ser humano en interacción con la naturaleza. Desde que se hizo agricultor y pastor en la prehistoria, los montes y bosques españoles han estado sometidos a una continua y persistente modificación, sin olvidarnos de los variados acontecimientos de dominaciones, conquistas y reconquistas que, con sus guerras y tácticas, tuvieron como escenario la península Ibérica.
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Y además, en los últimos tiempos hay que añadir otras funciones importantes que hasta ahora no se valoraban en su justa medida, ya que proporcionan recreo; protegen contra la contaminación al purificar el aire por lo que tienen un enorme valor sanitario para la humanidad; fijan el anhídrido carbónico atmosférico, principal responsable del efecto invernadero; retienen el suelo; protegen los valles y aseguran el curso de las aguas en pureza y equilibrio; regulan la temperatura y protegen contra las catástrofes naturales.
Asegurar la salud para la humanidad implica conservar adecuadamente los bosques y repoblar mientras persista la posibilidad ecológica para ello.
Actualmente, la superficie forestal de España alcanza los 26,5 millones de hectáreas, la mitad del territorio aunque en la antigüedad fuimos un país cubierto de bosques, del que se llegaron a contar leyendas atribuidas a historiadores clásicos, aunque en la realidad nadie coincide en señalar si el autor fue Claudio Ptolomeo, Polibio, Estrabón, Plinio el Viejo, Herodoto o Mela. La verdad es que la semblanza de nuestro territorio es fiel reflejo de una fértil historia de más de tres mil años.
En Castilla-La Mancha tenemos cerca de 3,5 millones de hectáreas, que viene a suponer casi la mitad la superficie regional. De ella, 2,7 millones de hectáreas son arboladas o, lo que es lo mismo, el equivalente a 2,7 millones de campos de fútbol cubiertos de árboles, repartidos casi por igual entre coníferas y frondosas.
El tercer Inventario Forestal Nacional indica que en los diez últimos años hemos conseguido incrementar la superficie arbolada en más de 800.000 hectáreas, lo que demuestra el interés que para el Gobierno de Castilla-La Mancha tienen las masas forestales.
Desde 1994, año en que comenzó el programa de reforestación de tierras agrarias, se han repoblado más de 130.000 hectáreas, tanto de terrenos agrícolas como forestales, lo que han significado plantar más de 130 millones de árboles. Además, 150.000 hectáreas han sido tratadas con técnicas de selvicultura, para incentivar las masas arboladas o protegerlas de los incendios forestales.
La política forestal del Gobierno de Castilla-La Mancha ha llevado a la inversión, en este mismo período de tiempo, de 829 millones de euros, unos 138.000 millones de las antiguas pesetas, destinadas al incremento y desarrollo de las masas arboladas, la lucha contra la erosión y los incendios forestales y al fomento de los trabajos en los montes.
Una política paralela a la conservación de nuestras más importantes masas arboladas en el seno de la Red de Áreas Protegidas que coinciden, además, con las cabeceras de nuestros más importantes ríos consiguiendo, así, un doble objetivo, conservar nuestros más sobresalientes pulmones verdes que nos ayudan a fijar todos los años 252 millones de toneladas de carbono atmosférico, y las fuentes de agua potable que nos aseguran el futuro.
Conservar y proteger las plantas, árboles y bosques es una necesidad de la que ningún ciudadano y ciudadana de esta región está exento, ya sea en el medio natural o en nuestros pueblos y ciudades, donde el arbolado cumple muchas más e importantes funciones que el simple embellecimiento.
Quiero pues, hoy 21 de marzo, realizar como todos los años un público llamamiento para que cada uno de nosotros dedique, aunque sólo sea el tiempo que se tarda en leer estas líneas, a pensar en nuestros “verdes vecinos” que nos acompañan en calles, avenidas, carreteras, campos y montes, en los beneficios múltiples que en silencio nos aportan, en la importancia de su cuidado y protección, aunque sólo sea para pensar en el soporte que ha permitido escribir estas palabras.