“El mes de Septiembre agonizante, estrechó la mano a Octubre y le dijo: conmigo acaba el verano, debes debutar tu y cumplir con el papel de mes gris y anunciador de tiempos fríos y tristes para los humanos, en los que las bajadas de animo, reinen, pero ten por seguro, que eres necesario… tristemente necesario, pues de nuevo, llegará la primavera, que traerá la sonrisa, a los niños en los parques, mientras el sol, acaricia su futuro.”
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Se acercó y dada su escasa estatura se “coló” hasta la primera fila.
El hijo mayor de Sempronio, el mecánico, aun no había vuelto a casa, a pesar de ser infalible en puntualidad.
Los padres estaban desesperados y pedían la ayuda de los vecinos para “peinar el pueblo”… “Me cuenta su hermano, que el último sitio donde recuerda haberlo visto, fue en la alberca del Convento de los Dominicos, estuvieron jugando a fútbol allí” -dijo el padre con ansiedad-.
Se formaron varios grupos de gente y cada uno fue al sitio asignado. Mostrenco siguió a uno de ellos, hasta el Convento, a pesar de que nadie le había encargado ninguna responsabilidad, ansiaba poder ayudar ¿y si soy yo el que lo encuentro?– -se decía-.
Una vez allí, buscaron por el campo de fútbol grande, el huerto, los patios, los campos de baloncesto, solo quedaba un sitio donde nadie quería mirar de forma directa.
Todos habían echado un reojo a la enorme alberca en su búsqueda, pero sus cerebros les reprochaban esa mirada.
Cuando todas las posibilidades habían sido agotadas, la alberca fue rodeada ¿tienes tu al pequeño en tus entrañas putrefactas de sucia agua? -parecían preguntar todos en silencio-.
El mister Trujillo al fin dijo: llamad al jardinero municipal y que traigan una bomba succionadora para sacar el agua, mientras nosotros, pasaremos unos ganchos metálicos con cuerdas, que tienen los frailes, para “peinar” el fondo.
La noche avanzaba y el chaval no aparecía.
Los rescatadores voluntarios, se animaban ante la presunta “mala pesca”: ¡este rectángulo inmenso, sirvió para que muchos chicos, años atrás , disfrutaran, cuando el colegio estaba repleto de jóvenes internos. Esta impregnada de sonrisas y diversiones infantiles, esta alberca no puede haber matado a nadie! –dijo uno de los asistentes con afán motivador-.
Pero una mano, asida a una cuerda, asida a su vez a un gancho metálico con forma de interrogante, notó un peso anormal, mientras este era arrastrado por el fondo de la alberca. Su cara se torno de un color gris cadáver y solo acertó a decir: Mister ¡coged al padre… y sacadlo de aquí!
El entrenador futbolero, no queriendo dar crédito , miró a quien estas palabras había pronunciado y al ver su faz, no dudó ni un instante, maldiciendo para sus adentros aquella maldita noche.
Reclutó a dos adultos mas y se fueron a coger a Sempronio, que se hallaba a unos metros, siguiendo directamente “el peinado de los fondos”.
Cuando este, vio, que le agarraban por los brazos y le pedían salir de allí, comenzó a gritar , llorando sin cesar: NO, NO, NO…¿por qué Dios?…¿qué te hice yo para que me pagues así? NO… HIJO MIO… HIJO MIO… DADME A MI HIJO… DIOS… OYEME…JAMAS VOLVERE A CONFIAR EN TI… MALDITO SEAAAAAS…..
Mostrenco se encontraba aturdido, emocionado, sorprendido.
Él no entendía exactamente lo que estaba pasando, pero de alguna forma supo, que aquellas imágenes y palabras…¡ jamás se le borrarían del cerebro!
La mitad de los voluntarios, se quedaron para robarle el cuerpo del niño a la maldita alberca y la otra mitad, decidieron, que de ninguna forma se quedarían allí.
Mostrenco , mientras caminaba a una distancia prudencial del abatido padre, se repetía…¡no gires la cabeza, no mires, no mires!
Visto este espectáculo como niño, fue muy duro, pero cuando el Mostrenco cuarentón, rememoraba este hecho , plasmándolo en folio y ya siendo padre, era simplemente ¡bestial!…
Entendía perfectamente a aquel hombre, que se “resquebrajo” de arriba abajo, cuando asieron sus brazos y le dijeron: “Sempronio, vamonos a casa, mañana, hay que ir a trabajar temprano”.
Pero por algún motivo lo que él escucho, fue: “los malditos ganchos, parece ser, que han encontrado algo, parecido a un cuerpo de niño, de nueve años, sonriente, con camiseta y pantalón corto, que solo quería disfrutar de un día mas de vacaciones y que casualmente ¡SE PARECE MUCHO AL HIJO QUE ANDAS BUSCANDO!
El cuarentón Mostrenco, inmediatamente después de escribir las líneas que figuran anteriormente, fue al dormitorio de sus hijos y les besó de una forma especial… ¡como nunca antes, lo había hecho!