“España está situada en la antesala del totalitarismo” Lo ha dicho el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Pérez Camino. Ignoro si el diagnóstico corresponde a una preocupación por el futuro del país o a una gozosa constatación. Si a lo primero se refiere, es de agradecer. Pero me temo que por la inercia de la historia, sea lo segundo. Porque el totalitarismo no ha sido nunca un motivo de preocupación para la Jerarquía eclesiástica.
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El levantamiento militar del 36 significó liberar al pueblo español del comunismo, instalar al país en el más tremendo sistema terrorista, poblar las cunetas de muertos en gracia de Dios, de amordazar toda libertad de expresión, de anatematizar todo lo que se opusiera a la idolatría del dictador. El golpe militar se convirtió en cruzada, Franco fue designado canónigo de no recuerdo qué iglesia romana y bajo el palio se turnaban con igual categoría la custodia de Arfe y el santificado uniforme de un militar rebelde. ¿Se acuerdan de Monseñor Guerra Campos en Las Cortes franquistas saludando a lo totalitariamente fascista cuando se entonaba el Cara al Sol o entraba el Caudillo?
Pues bien, Pérez Camino, el portavoz de los Obispos españoles, visionario de catástrofes ideológicas, nos previene que España se encuentra a un paso de ese totalitarismo. Y llega a esta conclusión basándose en dos hechos: la asignatura de educación para la ciudadanía y los matrimonios homosexuales.
¿Habrá que demostrarle a alguien que esa asignatura no tiene nada que ver con la Formación del Espíritu Nacional? La diferencia estriba en que en la “maría” franquista la Iglesia impuso una concepción del nacional-catolicismo. Y en esa concepción se insertaban normas que nada tenían que envidiar a los mandamientos de las tablas de Moisés. Política, economía, costumbres, ética, vestimenta, estilos de vida, etc. Todo debía estar imbuido de una visión religiosa. La masturbación llevaba a la ceguera y al reblandecimiento de la médula espinal y el masturbador pagaría su pecado, no sólo en el infierno eterno, sino también en esta vida. La mujer estaba puesta en este mundo por el maligno como una perpetua tentación para arrastrarnos a la perdición eterna. La Iglesia sigue obstinada en el desprecio más absoluto de la mujer, incluso en una sociedad que ha proclamado la igualdad de género. Y esto corresponde a una visión nazi donde se da la supremacía de una parte de la humanidad sobre otra. Dios, parece decirnos la Jerarquía, está más preocupado por el sexo que por la dignidad de la mujer.
La Iglesia del amor, de la paz, de la concordia, la del crucificado universal, la de la cosmovisión amplia y armónica, excluye, en nombre de Dios, a los homosexuales. Se proclama dispensadora única del amor y ella lo reparte entre quien quiere. Y nunca otorgará la categoría amorosa a una relación basada en el vicio y el pecado. Y no permitirá la participación sacramental a homosexuales y lesbianas, aunque sí haya admitido a genocidas como Pinochet, Videla o Franco. Se acepta mejor el tiro de gracia que el amor entre iguales. A la Jerarquía le preocupan las camas. No tanto el armamento, el hambre, el sida, las guerra, la explotación del pobre. Hay Casaldáligas y Romeros. Pero nada tienen que ver con los Cañizares y los Roucos.