Felipe Medina Santos
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Gallardón, perdido en su laberinto. Hombre-centro. Lo proclaman los politólogos radiofónicos. Buscando púlpito por la M-30 para proclamar su rebeldía contra la derecha-derecha. Presencia inmediata en la T-4. Porque los alcaldes se despiertan a cualquier hora. Madrugada fría de 30 de diciembre. Bomba humeante. Bomba infierno. Bomba certera que derroca el sueño de dos muchachos. Que trunca la ilusión de una hipoteca a las afueras de Valencia. Para siempre dormidos en tierra española, madrileña. Y allí está el alcalde. Inaugurando el llanto de una ciudad estremecida de escarcha.
Manifestación a las seis de la tarde. Trece de Enero. Alcalde ausente. Está abriéndole camino a Rajoy. O cegándoselo. La leyenda de la pancarta es ininteligible para Mariano. Gallardón no la divisa. Mira al centro y la cabecera de la manifestación está a la izquierda. Ningún concejal presente. Ni siquiera Ana Botella, rumiante de posibles presidencias. El Alcalde sólo ve elecciones inmediatas. A lo mejor por la cabeza de Aznar rotan otras candidaturas. Y Aznar manda. Y Mariano obedece. Y todo es posible. Ya estuvo en la T-4. Estuvo junto a la muerte. Pero junto a Cándido Méndez, Llamazares, Blanco, el grupo de cómicos y los miles de personas que ponen brazaletes negros a la Castellana, es distinto. El prefiere el calor de Génova, Goya abajo, a la derecha.
Alcaraz, talibán de falsos dolores, convoca otra manifestación para este sábado. Ahí sí estarán. Porque se puede gritar contra un gobierno que “traiciona a los muertos”, porque se puede pedir la ejecución de Zapatero como se exigía hace un tiempo -¿se acuerdan?- lo de Tarancón al paredón. Veinte años son nada que dice el tango. Ni treinta. Cuando el guaperío más fascista de Fuerza Nueva lucía la camisa que tú bordaste en rojo ayer. Cuántos se quedaron allí, cara al sol, morenos de arqueología, sin más futuro que el ayer embalsamado de la Plaza de Oriente.
Anchuras de Gallardón y Aguirre que retoman alcaldía y presidencia junto a Alcaraz e Inestrillas, con banderas victoriosas al paso alegre de la paz.
Gallardón y Aguirre, ¡presentes!