Un episodio de nuestra memoria histórica

Lola Merino Chacón (Presidenta Nacional de AMFAR)

  

Es digno de alabanza que la Universidad Complutense de Madrid haya querido honrar este fin de semana la memoria de Clara Campoamor con motivo del 75 aniversario de la instauración del voto femenino en España, aunque no lo es tanto la omisión del partido político al que pertenecía y que permitió la defensa a ultranza y la posterior consecución de un derecho natural que pertenece tanto al hombre como a la mujer.

   A ningún político ni a ningún partido debe tanto la democracia española como a esta persona, una mujer que consiguió el 1 de octubre de 1931 que el sufragio universal se convirtiera en una realidad. Clara Campoamor fue una madrileña de origen humilde, que abandonó la escuela con apenas trece años para ayudar a su madre a mantener a su familia. A los 36 años se convirtió en una de las pocas licenciadas españolas. Obtuvo su licenciatura en Derecho en dos años y pronto comenzaría a ejercer como abogada. A lo largo de su vida mantuvo una intensa actividad en defensa de la igualdad de la mujer y luchó por conseguir una España en donde la Ley no fuera un castigo sino un amparo para sus ciudadanos.

  
No era socialista, era liberal, laica, demócrata y republicana –“república siempre, la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos”, decía. Sus profundas ideas republicanas, le llevaron a rechazar la Cruz de Alfonso XII que le otorgó la Academia de Jurisprudencia y a criticar duramente las políticas izquierdistas de Azaña por rehusar la fusión de todos los republicanos en un solo partido.

  
El derecho al voto de las mujeres ha sido una de las grandes luchas que han liderado, sobre todo, multitud de colectivos femeninos a lo largo de la historia en todos los países del mundo. La consecución nunca ha sido fácil. En algunos estados de los Estados Unidos llegó en el siglo XIX como es el caso de Wyoming en el año 1869 o Colorado en 1893. Sin embargo, sería el siglo XX el denominado “Siglo de las Mujeres” el que abriría el acceso a las urnas a millones de mujeres: Australia (1902), Nueva Zelanda (1893), Finlandia (1906), Noruega (1913), Dinamarca e Islandia (1915), Holanda, la Unión Soviética e Inglaterra (1917), Austria, Polonia, Checoslovaquia y Suecia (1918), Estados Unidos (1920), Sudáfrica (1930) y España (1931). Después de la II Guerra Mundial, además de en Francia en el 1946, el voto femenino sería aprobado en la inmensa mayoría de países, aunque a día de hoy se sigue negando este derecho en países musulmanes como Kuwait.

  
Clara Campoamor se afilió al Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, partido por el que salió elegida diputada en las elecciones a Cortes Constituyentes en junio de 1931, junto a Victoria Kent por la Izquierda Republicana: las dos únicas mujeres de un total de 465 diputados. Nadie podía presagiar que la entrada de Campoamor en política supondría abrir las puertas de las Cortes a todas las mujeres españolas.

  
Hasta el 1 de octubre de 1931, sólo los hombres disfrutaban del derecho al voto, mientras que las mujeres podían ser elegidas pero se les negaba su derecho a ser electoras.

   La primera tarea de la recién proclamada República fue redactar un proyecto de Constitución. Los textos iniciales se mostraron censurables con la igualdad de las mujeres: “se reconoce en principio la igualdad de derechos de los dos sexos”. Clara Campoamor protestó enérgicamente contra que se reconociese “en principio” la igualdad de derechos y consiguió enmendar este artículo. Este mismo anteproyecto, encabezado por el abogado socialista Luis Jiménez de Asúa, ya recogía “el derecho al voto de la mujer soltera y de las viudas y para todos los varones mayores de veintitrés años”.

  
Los republicanos de izquierda, los socialistas y los propios radicales fueron los que más se opusieron al voto femenino. La izquierda no quería que la mujer votase por el temor a que estaba demasiado influenciada por la Iglesia y ello iba a favorecer a la derecha, poniendo incluso en peligro la existencia misma de la República. El berenjenal parlamentario acababa de empezar.

  
El 1 de septiembre de 1931, los radicales-socialistas presentaron una enmienda para restringir los derechos electorales exclusivamente a los hombres. El doctor Novoa Santos llegó a alegar en su defensa que “a la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico, sino que se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla de sus sentimientos; el histerismo no es una simple enfermedad, sino la propia estructura de la mujer”.

  
Más adelante, sería Hilario Ayuso de Acción Republicana el que defendiese los derechos electorales para los varones mayores de veintitrés años y para las mujeres mayores de cuarenta y cinco, basándose en que la mujer era deficiente en voluntad y en inteligencia hasta cumplir dicha edad. Por su parte los radicales propusieron que “los hombres y las mujeres mayores de veintitrés años tuvieran derechos electorales conforme determinaran las leyes”. Dicha enmienda llevaba escondida la revocación del derecho de voto de las mujeres en la posterior Ley Electoral si se comprobaba que las mujeres votaban a los partidos contrarios a la República.

  
Mientras tanto, Clara Campoamor enfrentada en esos días, hasta a su propio partido, seguía firme en la defensa de una igualdad absoluta de derechos para ambos sexos. El Partido Radical Socialista ideó una nueva estrategia para frenarla y puso frente a las tesis igualitarias de Clara Campoamor a la otra mujer diputada de las Cortes, Victoria Kent.

  
La radical socialista propuso sin tapujos que se aplazara el voto de las mujeres para cuando estuviéramos capacitadas para apreciar los beneficios que nos ofrecía la República. El debate fue extraordinario y el brillante discurso de Campoamor arrolló a la propia Kent, a la vez que sirvió para que las mofas machistas circularan por varios medios de comunicación: Informaciones comentaba “dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo”. La Voz preguntaba medio en broma “si esto es con solo dos mujeres… ¿Que ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?”

  
A pesar de todo, Clara Campoamor impuso sus tesis en el debate y ganó con el apoyo de los partidos de derechas por sólo cuatro votos. Derrotó a los socialistas de Indalecio Prieto, a los republicanos de su propio partido, a los del Radical Socialistas y a los izquierdistas de Azaña.

  
Aquel 1 de octubre de 1931, Indalecio Prieto que había intentado persuadir a todos sus compañeros socialistas para que votaran en contra del derecho al voto de las mujeres o por lo menos de abstenerse, abandonó la Cámara gritando que aquello era una “puñalada trapera para la República”.

  
En las elecciones de 1933, la CEDA, el partido conservador de Gil Robles ganó las elecciones, aunque el Presidente de la Republica de forma antidemocrática no les permitió formar gobierno. Este éxito histórico para los derechos de las mujeres que fue el derecho al voto supuso por el contrario la muerte política de Clara Campoamor acusada por sus antiguos compañeros de ser la culpable de los resultados electorales tan negativos para los partidos de izquierda. No volvió a renovar su escaño y fue repudiada por todos los partidos republicanos y socialistas. Desde 1936, vivió en el exilio en Francia, Argentina y Suiza donde murió a los 84 años de edad.

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