Felipe Medina Santos
Hace veintitantos años los españoles recuperamos la democracia, es decir, recobramos la voz. Ya habíamos sido demócratas. Pero las dictaduras siempre son castrantes y amputan el grito de los pueblos. El dictador piensa y habla por todos. Lo demás sobra.Que nadie piense, que nadie hable. Así se instauran y se mantienen las dictaduras. Pero a la larga este esfuerzo dictatorial resulta baldío porque no se puede acallar el mar ni estrangular a todos los pájaros.
Hace veintitantos años floreció la LIBERTAD. No fue algo espontáneo. En sus raíces estaba la muerte de los muertos que se quedaron muy solos, los corazones estriados de los exilados, el grito pisoteado de muchos, el músculo esclerotizado de todos. La libertad se parió, sin anestesias, sin epidurales, sin analgésicos. Y las calles, y las tertulias, y las radios, y el inmenso pulmón del país se llenó de aire limpio. ¡Y hasta el viento se puso una alegría de claveles!
Pero toda autoridad tiende al autoritarismo. El pensamiento único se abre camino. Se supedita la libertad a la seguridad como si ambas no fueran compatibles y exigibles simultáneamente. Se nos reventaron las venas gritando un NO millonario a la guerra, pero la guerra se hizo porque las Azores son unas islas hermosas y había que inaugurar el monumento al absurdo. Nos duelen los pies de pisar calles exigiendo que se ahoguen las metralletas terroristas y siguen izadas a media asta sus víctimas en mástiles como lanzas. Queda mucho dieciocho de julio y demasiado once de setiembre. El hambre del mundo se programa en despachos de mármol y las guerras se fraguan en mesas de caviar y se brinda a los postres con una copa de petróleo.
«Guárdate tu miedo y tu ira porque habrá libertad». ¿Se acuerda alguien de Jarcha?. Fue el grito negro de los mineros y el impulso rojo de la izquierda. Y sigue siendo el grito de los pueblos de Africa, de los presos de Guantánamo, de todos los pobres del mundo.
Por ahí van muchos políticos de etiqueta en grupos elegantes, presumiendo de bala en la solapa. Por ahí va el pueblo cantando su palabra. Lorca, Neruda, Miguel Hernández han colgado su voz en las copas de las estrellas. Y desde allí chorrea convirtiendo los cañones en mariposas de colores. Algún día nos sentaremos alrededor de la palabra y la repartiremos entre todos como un pan bueno.