Felipe Medina Santos
Eduardo Zaplana, portavoz del grupo parlamentario popular, no tiene ni educación, ni vergüenza, ni dignidad. Este hombre metido a político para forrarse, como él mismo dijo en alguna ocasión, no conoce límites a la hora de expresarse, tanto dentro como fuera de la Cámara Baja, donde ostenta un acta de diputado gracias a los votos que muchos ciudadanos depositaron, en su día, en las urnas.
Flaca representación hace de esos votos cuando se dirige a una mujer en sede parlamentaria de la manera en que lo hace, y cuando se mofa de otras culturas del modo en que lo ha hecho. Era de esperar que alguien como Eduardo Zaplana hiciese burla de la cultura de otro país, cuando ni siquiera es capaz de entender y respetar la pluralidad cultural del suyo; era de esperar que prefiriese la foto de las Azores a la foto de la ayuda contra el hambre, el sida, o la malaria.
Si tuviese educación, Zaplana haría sus preguntas con cortesía y no añadiría frases despectivas y que no vienen al caso: a los ciudadanos le interesan sus preguntas, no los añadidos fuera de lugar para provocar el jaleo y la carcajada permanente en sus bancadas.
Si tuviese vergüenza, Zaplana habría pedido disculpas: primero, a la Vicepresidenta Primera del Gobierno, por despreciar con sus comentarios el agradecimiento de ésta a la hospitalidad del país anfitrión vistiendo sus ropas típicas; y segundo, a todas las mujeres africanas por calificar de disfraz a sus vestimentas. Seguro que jamás le dedicaría a Bush, tras su visita a Méjico, las palabras que le dedicó a Fernández de la Vega.
Si tuviese dignidad, Zaplana no habría asumido nuevamente un papel victimista, mostrándose indignado por la reacción de quienes se sintieron ofendidos con su tono y sus palabras.
Pero como Zaplana no tiene ni educación, ni vergüenza ni dignidad, aspira a ser la versión estilizada, pija y bronceada de Martínez Pujalte, demostrando diariamente cómo se hace política con las vísceras, cómo se falta al respeto sin perder la sonrisa, y como se ríe uno de los ciudadanos que le han votado.
Donde no hay cortesía ni urbanidad, no se puede pedir educación; donde no hay turbación por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena, no hay vergüenza; donde no hay decoro en la manera de comportarse, no hay dignidad; donde no hay…, no se puede pedir más.