Ramón Gallego Gil
En los tiempos de Miguel de Cervantes para poder decir algo duro de la república había que estar bajo la sombra de alguien con el suficiente poder que lo amparara, (él se acogió al Duque de Béjar); o recurrir a traducirlo en clave de cuento como hizo Jonathan Swift, al hacerlo con los de Gulliver. Pero aún así la purga, la censura y a veces la más sombría y dura cárcel era la recompensa para las despiertas conciencias. Hoy parece que no es así; pero no es esta pluma quien lo asegure con suma certeza sino los ojos que leen y ven y los oídos que escuchan.
Miguel de Cervantes, hombre de extraordinaria inteligencia y mayor sensibilidad, puso en solfa lo que ocurría en la calle y aún con cautelas alguna vez le llevó a reclusión. En la segunda parte del Quijote cuando cuenta “De como el gran Sancho Panza tomó posesión de la Ínsula, y del modo que comenzó a gobernar”.Previamente, Don Alonso, trocado en Quijote; le hizo a Sancho unas advertencias que son todo un manual de buen gobierno; no sin antes advertir el escudero que no importaba cómo le vistieran para ejercer el cargo que de cualquier manera que le vistieren sería siempre Sancho Panza. Clara advertencia a cuantos se sorprenden de que algunos a los que se les encomiendan cargos, y son de natural honrados, se espere de ellos que muden su condición. Así pues no yerra el que así se comporta sino el que mal supone.
Sancho, buen hombre, naturalmente preparado para sobrevivir en cualquier momento y trance, no dejó nunca de hacer valer su nobleza y su honradez cuando las cuestiones vitales estaban en compromiso. Parece injusto, pues, hacer presentar al buen escudero como un chalán y hombre materialista radical, cuando lo que realmente era un práctico que no dejaba para el azar ni el futuro la suerte de vivir lo mejor posible. Y en todo caso hombre entrañable, confiado y de buen corazón.
Por eso si me han de poner en la tesitura de señalar algún felón despreciable, de entre los que van apareciendo en la novela de don Miguel, quizá sea uno de los más grandes el dueño, factotum, o señor de aquella tierra , incluidos los inmuebles que aparecían como castillos o palacios, que con su gran influencia y poder se presta a la despreciable chanza de humillar al buen hombre para solaz de todos aquellos que se llamaban señores, y del pueblo llano que, sin saber de qué iba el asunto, se presta siempre a este tipo de escarnecimientos para una suerte de purga o sacrificio ritual que les libre de sus miserias que, en verdad, suelen ser muchas. Y todo defraudando la confianza de un hombre honesto que cree en el orden, so semejanza de bien a mal, que es como Alfonso X llamaba a la traición en el código de “Las Partidas”.
Los asuntos de este reino de “Barataria” son tristes, tanto, como que se da como real y bueno una enorme mentira y fraude; que sin remedio lleva al más inevitable desastre; y Sancho, o ningún otro hombre, por honesto que sea, lo puede evitar. Después de la experiencia en la Ínsula de Barataria, no queda más al lector que reconocer la crueldad de los que están fuera del alcance de toda justicia y se permiten jugar con la dignidad de un hombre con la embriaguez que les da su soberbia, su falta de honestidad y prepotencia. No saben que los hombres como Sancho son merecedores de respeto y ellos de desprecio.
Barataria le puso Cervantes, como decía él: porque el lugar se llamara Baratario o por llegar de un barato. Así lo dijo y no seré yo quien le ponga otro nombre, aunque estas líneas se miren con lupa por el mismísimo Torquemada.